Tomo el aperitivo con varios
conocidos y entre ellos se encuentran dos algecireños. Con
los que cada semana, cuando arriban a la ciudad por motivos
comerciales, suelo compartir conversación y sobremesa cuando
se encarta.
Ayer, conocedores de que yo fui entrenador del Algeciras en
la temporada 74-75, quisieron saber cómo fueron mis
relaciones con Andrés Mateo Vilches. Jugador que fue
del Sevilla, internacional y persona vinculada al club
algecireño durante gran parte de su vida. En suma: un ídolo
local. Y no tuve el menor inconveniente en contarles lo que
sigue.
Andrés Mateo, como entrenador, había ascendido al equipo de
su tierra tras jugar dos eliminatorias. Una fallida frente
al Recreativo de Granada dio paso al triunfo ante el
Barbastro. Ascenso que hizo posible que aumentara aún más su
prestigio en Algeciras. Un hecho del que doy fe.
El primer día de pretemporada, cuando estábamos en El
Mirador, Andrés se presentó en mi vestuario, y tras
saludarme, fue al grano:
-Manolo, me dijo, como tú sabes de sobra que soy
maricón, deseo preguntarte si tienes inconveniente en que
comparta el vestuario contigo.
Andrés era, amén de ídolo local, segundo entrenador y hombre
de confianza de la directiva. Y tenía una personalidad
arrolladora.
Mi repuesta no se hizo esperar:
Mira, Andrés, mi vestuario es el tuyo. Y aprovecho la
ocasión para decirte que tus obligaciones como segundo
entrenador son a partir de ahora las de asesorarme en todo
cuanto te sea posible. Pues espero que no se te ocurra
ponerte a entrenar a los porteros ni tampoco creas que te
voy a dejar que te conviertas en el encargado de repartir
los petos a los futbolistas antes de los partidos de
entrenamiento. Porque para mí es un honor tenerte a mi vera
como observador capaz de enmendarme la plana.
AM me miró fijamente. Me tendió la mano. Y comenzó a cambiar
la ropa de calle por la de trabajo. Y así estuvo conmigo
hasta que a mitad de temporada la directiva y yo decidimos
que lo mejor para ambas partes era que yo aceptara la oferta
del Mallorca y dejara al equipo bajo la dirección de Andrés.
Luego, al cabo de unos meses, tuve la oportunidad de leer
unas declaraciones de AM donde salía en defensa de mi
trabajo. Y hasta me dedicaba palabras elogiosas. A partir de
ahí, y cuantas veces tuve la oportunidad de saludarle,
siempre hallé a un tipo extraordinario. El cual se conocía
todas mis andanzas futbolísticas en los banquillos.
La personalidad de AM, repito, era arrolladora. Así que
convirtió en rito el mero hecho de colocarse la boina frente
al espejo. Porque Andrés, en cuanto se dio cuenta de que
había contraído ciertos méritos para ingresar en la cofradía
de la calvicie, echó mano de la boina. Convirtiéndola en un
aditamento que parecía haber sido creado única y
exclusivamente para él.
Pero lo que nunca he olvidado, por lo que jamás me he
cortado lo más mínimo a la hora de contarlo, es su
presentación en el primer día de entrenamiento: “Manolo, me
dijo, como tú sabes de sobra que soy maricón, deseo
preguntarse si tienes inconveniente en que comparta el
vestuario contigo”.
Era el año de 1974. Andrés Mateo era un gran hombre.
|