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OPINIÓN - JUEVES, 8 DE JULIO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Andrés Mateo Vilches
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Tomo el aperitivo con varios conocidos y entre ellos se encuentran dos algecireños. Con los que cada semana, cuando arriban a la ciudad por motivos comerciales, suelo compartir conversación y sobremesa cuando se encarta.

Ayer, conocedores de que yo fui entrenador del Algeciras en la temporada 74-75, quisieron saber cómo fueron mis relaciones con Andrés Mateo Vilches. Jugador que fue del Sevilla, internacional y persona vinculada al club algecireño durante gran parte de su vida. En suma: un ídolo local. Y no tuve el menor inconveniente en contarles lo que sigue.

Andrés Mateo, como entrenador, había ascendido al equipo de su tierra tras jugar dos eliminatorias. Una fallida frente al Recreativo de Granada dio paso al triunfo ante el Barbastro. Ascenso que hizo posible que aumentara aún más su prestigio en Algeciras. Un hecho del que doy fe.

El primer día de pretemporada, cuando estábamos en El Mirador, Andrés se presentó en mi vestuario, y tras saludarme, fue al grano:

-Manolo, me dijo, como tú sabes de sobra que soy maricón, deseo preguntarte si tienes inconveniente en que comparta el vestuario contigo.

Andrés era, amén de ídolo local, segundo entrenador y hombre de confianza de la directiva. Y tenía una personalidad arrolladora.

Mi repuesta no se hizo esperar:

Mira, Andrés, mi vestuario es el tuyo. Y aprovecho la ocasión para decirte que tus obligaciones como segundo entrenador son a partir de ahora las de asesorarme en todo cuanto te sea posible. Pues espero que no se te ocurra ponerte a entrenar a los porteros ni tampoco creas que te voy a dejar que te conviertas en el encargado de repartir los petos a los futbolistas antes de los partidos de entrenamiento. Porque para mí es un honor tenerte a mi vera como observador capaz de enmendarme la plana.

AM me miró fijamente. Me tendió la mano. Y comenzó a cambiar la ropa de calle por la de trabajo. Y así estuvo conmigo hasta que a mitad de temporada la directiva y yo decidimos que lo mejor para ambas partes era que yo aceptara la oferta del Mallorca y dejara al equipo bajo la dirección de Andrés.

Luego, al cabo de unos meses, tuve la oportunidad de leer unas declaraciones de AM donde salía en defensa de mi trabajo. Y hasta me dedicaba palabras elogiosas. A partir de ahí, y cuantas veces tuve la oportunidad de saludarle, siempre hallé a un tipo extraordinario. El cual se conocía todas mis andanzas futbolísticas en los banquillos.

La personalidad de AM, repito, era arrolladora. Así que convirtió en rito el mero hecho de colocarse la boina frente al espejo. Porque Andrés, en cuanto se dio cuenta de que había contraído ciertos méritos para ingresar en la cofradía de la calvicie, echó mano de la boina. Convirtiéndola en un aditamento que parecía haber sido creado única y exclusivamente para él.

Pero lo que nunca he olvidado, por lo que jamás me he cortado lo más mínimo a la hora de contarlo, es su presentación en el primer día de entrenamiento: “Manolo, me dijo, como tú sabes de sobra que soy maricón, deseo preguntarse si tienes inconveniente en que comparta el vestuario contigo”.

Era el año de 1974. Andrés Mateo era un gran hombre.
 

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