Ya ocurrió en el llamado Siglo de
Oro español. La ruina se cernía sobre España en todos los
sentidos y, sin embargo, nuestra cultura rayaba a una muy
grande altura. Por no irme hacia atrás, recordaré solamente
la plenitud de Quevedo, Cervantes, Góngora, Baltasar
Gracián... Casi nada.
Aquella decadencia española empezó a fraguarse en las
tierras conquistadas de América. Pues nos dio por malgastar
los dineros procedentes de semejante El dorado, debido a que
fuimos gobernados por reyes nefastos. Y sólo nos quedó
presumir de una cosecha de enormes literatos que pasaban
hambre más veces de las debidas y hasta dieron con sus
huesos en la cárcel por escribir contra los poderosos.
De la decadencia económica actual se nos ha venido diciendo
que también tiene su origen en los Estados Unidos de
América. Se nos ha ido explicando que todo arranca de una
serie de créditos que los bancos concedieron a personas que
se veía a la legua que no iban a poder pagar. Dinero fácil y
barato que hizo soñar en demasía a una clase media que, de
la noche a la mañana, se vio metida en un lío monumental.
Quizá porque ésta aspiró a dejar de ser término medio y
colchón muelle entre pobres y ricos.
Aristóteles se limitó a pedir en su día al buen
gobierno que protegiera al pobre de la opresión y al rico de
la confiscación, y a la clase media que gobernara lo mejor
posible los intereses de todos. Y los bancos, claro, culpan
del desmadre a la clase media y la responsabiliza de que
estemos viviendo con el miedo metido en el cuerpo porque
pueda producirse otra crisis económica como la de 1929.
Conocida por la Gran Depresión. Un desorden monetario que
propició imágenes de una pobreza dantesca. Por haberse
aireado hasta la saciedad que hacerse rico estaba al alcance
de cualquiera.
La pobreza dantesca, toquemos madera, aún no se vislumbra.
Pues no hace falta nada más que ver cómo Sudáfrica sigue
repleta de turistas dispuestos a disfrutar de un Mundial que
ha entrado ya en su tramo final. Gracias al Mundial de
fútbol tenemos la impresión de que cuanto nos dicen de la
crisis monetaria es lo más parecido al cuento del alfajor.
Desgraciadamente, volvemos a repetir que no es así. Pero
continuamos viendo a personal de medio pelo que sigue
viviendo por encima de sus posibilidades. Tal vez porque la
selección española aún les tiene secuestrada a estas gentes
la voluntad de percibir que al regreso de Sudáfrica se verán
obligadas a vender hasta el colchón del tálamo nupcial. Pero
eso es ya harina de otro costal.
Lo que ahora me apetece recordar es que otra vez -cuando
España, según leemos y oímos cada día, en medios hablados y
escritos, está al borde del colapso económico, motivado
dicen por un presidente de Gobierno al que nada más que le
queda que le den una lanzada en el costado sagrado-, en
época decadente, los españoles podemos presumir de valores
mundiales, tal y como ocurrió en el ya reseñado Siglo de
Oro. Aunque ahora las estrellas no son literatas, sino
deportistas en general. Jugadores de baloncesto, ciclistas,
tenistas... Y futbolistas que están en las mejores
condiciones para ganar un Mundial. De entre todas estas
figuras, si acaso yo tuviera que elegir una, para que nos
representara en época tan abocada al pesimismo, no lo
dudaría: señalaría a Rafael Nadal. ¡Menudo español!
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