Tengo leído que Rubén Darío
distinguía entre poetas secos y húmedos. Y que a éste, salvo
excepciones, le gustaban más los húmedos, como él. Homero
pone pasión a la hora de hablar del vino como para que no
creer que gustaba de escribir bajo los efectos de una buena
melopea. Hace tiempo descubrí que Balzac, además de
alquilar negros para poder darle vida a su gran obra, se
mantenía en estado de producir gracias a que hacía uso y
abuso del café: al parecer, se tomaba cincuenta al día.
Umbral decía que su amigo Aldecoa se ponía
hasta las cachas de whisky para escribir. Tampoco él se
privó de estimularse en la medida que creyó conveniente.
Aunque en el menester de drogarse para aguantar el tirón de
la escritura se ha dicho que los norteamericanos han sido
maestros. Para el recuerdo inmortal han quedado las curdas
que se le atribuyen a Hemingway. De quien Lucía
Bosé ha resaltado que borracho se parecía mucho a un
ferroviario. Aunque no acabo de entender yo la similitud que
pueda haber entre un borracho y ser empleado de RENFE. Y qué
decir de lo que trasegaba y se metía en el cuerpo
Tennessee Williams. Al autor de ‘Un tranvía llamado
deseo’, ‘La Gata sobre el tejado de zinc’ ‘El Zoo de
cristal’, entre otras grandes obras, se le atribuye el
siguiente consejo una vez que vio a su novio escribir
haciendo uso y abuso del seconal:
-Vas a escribir en seco. Esto se deja para después de los
cincuenta, cuando ya no te va a dar tiempo de ser adicto a
nada. Uno se muere.
Y es que el novio del gran dramaturgo estadounidense, por lo
leído, copiaba a su maestro y amante a la hora de mezclar
seconal con martini.
Cierto es que tan grandes escritores no usaban la botella
para que les llegara la inspiración. Porque atiborrarse de
whisky nos les servía para manejar a sus anchas ideas y
metáforas. Pero sí les proporcionaba fuerzas suficientes
para desterrar los convencionalismos, costumbres, rutinas, y
tendencias a no halagar por sistema lo que la mayoría
quería. Aun a costa de ser triturados por la máquina oficial
del tiempo en el cual tocaba destacar al político de turno,
al artista del momento, al rico de la época o al deportista
convertido en mito de conveniencia. En suma: que esos
monstruos de la literatura bebían para poder llevarles la
contraria a todos los que se limitaban a hablar y escribir
pensando en que la opinión de la mayoría es la mejor. Como
si miles de golondrinas vieran más y mejor que unas pocas
águilas imperiales.
El miércoles pasado, debido a unas molestias cervicales,
decidí yo echarme al coleto un Espidifen 600 mg para poder
ver mejor el España-Paraguay. Y a medida que transcurría el
partido comprobaba, influido quizá por la estimulación, que
Xabi Alonso seguía siendo una rémora para su equipo.
Y que éste se hallaba a merced de los contrarios. Menos mal
que los delanteros uruguayos, cansados por el duro trajinar
al servicio de su sistema, no eran capaces de rematar. Y,
como estaba drogado, caía en la cuenta de que penalti mal
tirado suele ser parado -pareado- Y deduje que la mitomanía
sobre el portero español resurgiría de manera huracanada.
Gracias al fallo de Cardozo. Y que Del Bosque
podría ser beatificado. Y que Luis Aragonés sería
tachado de envidioso y miserable. Todo sea, pues, porque
España gane el Mundial.
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