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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE JULIO DE 2010

 
OPINIÓN / COLABORACIóN

Prohibir

Por Ramón Cutillas García


Uno de los múltiples gritos de concienciación cívica que utilizaba el PSOE al inicio de la transición “democrática” era , que había que prohibir, prohibir.

Todavía recuerdo como uno de los históricos del PSOE ceutí, con el que tuve que debatir en el comienzo de la transición, sobre algunos de los postulados recogidos en su ideario que atentaban contra la integridad territorial de Ceuta.

Estando con él en la Plaza de los Reyes, me dijo muy convencido señalándome los aparcamientos existentes en dicha plaza, justamente al frente de la Delegación de Gobierno, Ramón, cuando lleguemos nosotros, prohibiéremos que se prohíba aparcar en esta zona, continuando, todo esto nos pertenece a todos, y no a unos pocos privilegiados.

Que lejos quedaron aquellas palabras, de que la libertad no era privilegio de unos pocos, sino de todos aquellos que querían vivir de conformidad con sus credos postulados y sistema convivencial , siempre, naturalmente que éstos no afectasen a su prójimo inmediato.

Que lejos quedaron esas promesas, no tan sólo reflejadas mediante las palabras, sino que también quedaban recogidas en los escritos cuyas páginas fueron echadas al agua del caudaloso río de la transición democrática para que fueran destruidas en los rápidos y cascadas que formaron los saltos que nos condujeron a lo que en la actualidad tenemos y en cuyo recorrido también quedó olvidado en el desván de lo inservible “EL PROHIBIDO PROHIBIR”

Las medidas prohibitivas que determinado Ministerio quiere adoptar, así como las adoptadas en algunos municipios, me han traído sin más el recuerdo de las disposiciones atribuidas al marqués de Esquilache, que prohibía la capa larga y el chambergo a los castizos madrileños. Pretendiendo con ello la modificación de la vestimenta en la villa de Madrid de los varones. Todo ello, mediante la publicación de un edicto municipal, que regulaba el modo del cómo tenían o debían vestirse. A la vez que aconsejaba o imponía la moda varonil que imperaba en el resto de Europa, capa corta y cubrirse la cabeza con sombrero de tres picos.

La realidad del Edicto, es que obligaba a los madrileños al cambio de vestimenta, cuando ésta en realidad fue adquirida, a espalda de su utilización climática, por no favorecer ni adecuarse a la climatología madrileña.

La capa y el chambergo, fue un ropaje que adoptaron los madrileños de la guardia flamenca, que trajo Mariana de Austria en su etapa de regente de Carlos II. Y muy bien pudiera ser que dicha vestimenta fuese acogida por los varones madrileños para hacer más soportable, la insoportable e incívica costumbre que se tenia en la capital del reino de verter sobre la calles las micciones, al grito de agua va, sin haber comprobado con anterioridad si pasaba alguien por ellas.

El ancho sombrero y la amplia capa protegían al transeúnte de tan asquerosas venidas. Que para el personal madrileño no representaban ni una inmundicia, ni una repugnante costumbre, sino el hábito diario de arrojar el contenido del recipiente en el que depositaban los habitadores de las viviendas sus diarias evacuaciones.

La tan inaceptable costumbre de la parte más popular del Madrid del siglo XVIII, venía impuesta por la carencia total de sistemas desaguadores, de las necesarias micciones diarias que tenemos el genero humano, sea hombre o mujer, niño o niña, y también son necesidades habituales que tienen los animales, sean machos o hembras.

Para las nuevas generaciones, e inclusive hasta la mía, nos es difícil comprender cual seria la situación de las calles populares de Madrid, inundada de tanta inmundicia, a la vez que el viandante debía de sortear a cada paso la llegada del agua va , o sea que tenia que estar pendiente de lo que había en el vial, más lo que llegaba de las viviendas, y a soportar esto, como ya dije, le ayudaba al madrileño, el charnego y la gran capa.

Carlos III, “el gran alcalde de Madrid”, quiso adecuar la capital de su reino a los niveles de las capitales europeas, y para ello se pertrecho de los hombres que le pudieron recomendar o que el seleccionó como más indicado para la política que se propuso para Madrid , elevarla a nivel europeo.

Para ello y entre otros, nombró al italiano marqués de Esquilache, Ministro dándole el encargo de modernizar Madrid y a los madrileños.

El cometido principal fue la remodelación urbana de Madrid y su adecuación sanitaria a través de la realización de fosas asépticas y canalizaciones de desagüe de aguas negras a la vez que iniciaba la pavimentación y acerado de las calles.

Una vez conseguida la adecentación de los viales madrileños optó por la eliminación del aspecto lúgubre y tosco de la vestimenta de los madrileños a través de un edicto municipal que recogía formas de vestir y normas para su debido cumplimiento. Creando con ello y sin darse cuenta un caballo de Troya que terminaría por eliminarlo.

Que la política de Esquilache era acertada , es algo que tenemos que reconocer como incuestionable. Como indiscutible a todas luces, el reconocer que era favorecedora.

Pero lo que no valoró el Ministro fue su condición de italiano, y por lo tanto usurpador de un puesto ministerial a un ciudadano español.

Como tampoco valoró la idiosincrasia del español o del madrileño, que bien pudiéramos creernos las personas más perfectas del Universo. Como tampoco valoró Esquilache las consecuencias que se podían derivar de la imposición a los madrileños de unas nuevas costumbres a través de la prohibición y de la sanción .

Esquilache, tal vez en su condición de Ilustrado, menospreció, a los que valoro como oscurecidos madrileños, incapaces de enmendarle la plana . A la vez que desestimó de forma imperdonable, por su propia condición de extranjero, de la posible existencia de fuerzas conspirativas, en un paisanaje tan atrasado como el madrileño, y de la posible confabulación de esas fuerzas para conjuntarse contra él.

Que la acción de Esquilache en la modernización de Madrid fue acertada, lo reconoce la Historia cuando denomina a Carlos III el mejor Alcalde de Madrid.

Que la política de eliminar el chambergo y la capa una vez eliminadas las causas que la podían justificar, fue inmejorable por los propios objetivos que perseguía, evitar la ocultación de armas y del rostro para que pudiesen ser identificados los que se dedicaban a fastidiar al prójimo.

Por lo que tenemos que reconocer, que efectivamente Esquilache tenía toda la razón intelectual y objetiva por la política que impuso a los madrileños.

Y por las acciones emprendidas por el Ministro, los madrileños debían sentirse en deuda con él .

La moraleja de Esquilache, no estuvo en sus objetivos políticos, que fueron acertados y muy buenos para el pueblo de Madrid, sino en el método empleado: Prohibición e imposición .

Lo que permitió a los poderes fácticos, la utilización de esta política para eliminarlo a él y a los otros ministros italianos a través de la conjunción de esas fuerzas, por muy discrepantes y antagónicas que fueren. Que siempre que han de satisfacer sus propios intereses se unen, para atacar y maltratar nuestros propios intereses.

Por lo que tenemos o debemos de rogar a Zapatero, que nos libre de los Ministros que quieran prohibir, para que no nos pase como aquel, que fue por lana y salió trasquilado. O aquella familia de 12 miembros habitando en una vivienda de 60 m2. y no creyéndose que su situación pudiera empeorar, sin saber ni cómo ni por qué le parió la abuela.
 

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