Uno de los múltiples gritos de concienciación cívica que
utilizaba el PSOE al inicio de la transición “democrática”
era , que había que prohibir, prohibir.
Todavía recuerdo como uno de los históricos del PSOE ceutí,
con el que tuve que debatir en el comienzo de la transición,
sobre algunos de los postulados recogidos en su ideario que
atentaban contra la integridad territorial de Ceuta.
Estando con él en la Plaza de los Reyes, me dijo muy
convencido señalándome los aparcamientos existentes en dicha
plaza, justamente al frente de la Delegación de Gobierno,
Ramón, cuando lleguemos nosotros, prohibiéremos que se
prohíba aparcar en esta zona, continuando, todo esto nos
pertenece a todos, y no a unos pocos privilegiados.
Que lejos quedaron aquellas palabras, de que la libertad no
era privilegio de unos pocos, sino de todos aquellos que
querían vivir de conformidad con sus credos postulados y
sistema convivencial , siempre, naturalmente que éstos no
afectasen a su prójimo inmediato.
Que lejos quedaron esas promesas, no tan sólo reflejadas
mediante las palabras, sino que también quedaban recogidas
en los escritos cuyas páginas fueron echadas al agua del
caudaloso río de la transición democrática para que fueran
destruidas en los rápidos y cascadas que formaron los saltos
que nos condujeron a lo que en la actualidad tenemos y en
cuyo recorrido también quedó olvidado en el desván de lo
inservible “EL PROHIBIDO PROHIBIR”
Las medidas prohibitivas que determinado Ministerio quiere
adoptar, así como las adoptadas en algunos municipios, me
han traído sin más el recuerdo de las disposiciones
atribuidas al marqués de Esquilache, que prohibía la capa
larga y el chambergo a los castizos madrileños. Pretendiendo
con ello la modificación de la vestimenta en la villa de
Madrid de los varones. Todo ello, mediante la publicación de
un edicto municipal, que regulaba el modo del cómo tenían o
debían vestirse. A la vez que aconsejaba o imponía la moda
varonil que imperaba en el resto de Europa, capa corta y
cubrirse la cabeza con sombrero de tres picos.
La realidad del Edicto, es que obligaba a los madrileños al
cambio de vestimenta, cuando ésta en realidad fue adquirida,
a espalda de su utilización climática, por no favorecer ni
adecuarse a la climatología madrileña.
La capa y el chambergo, fue un ropaje que adoptaron los
madrileños de la guardia flamenca, que trajo Mariana de
Austria en su etapa de regente de Carlos II. Y muy bien
pudiera ser que dicha vestimenta fuese acogida por los
varones madrileños para hacer más soportable, la
insoportable e incívica costumbre que se tenia en la capital
del reino de verter sobre la calles las micciones, al grito
de agua va, sin haber comprobado con anterioridad si pasaba
alguien por ellas.
El ancho sombrero y la amplia capa protegían al transeúnte
de tan asquerosas venidas. Que para el personal madrileño no
representaban ni una inmundicia, ni una repugnante
costumbre, sino el hábito diario de arrojar el contenido del
recipiente en el que depositaban los habitadores de las
viviendas sus diarias evacuaciones.
La tan inaceptable costumbre de la parte más popular del
Madrid del siglo XVIII, venía impuesta por la carencia total
de sistemas desaguadores, de las necesarias micciones
diarias que tenemos el genero humano, sea hombre o mujer,
niño o niña, y también son necesidades habituales que tienen
los animales, sean machos o hembras.
Para las nuevas generaciones, e inclusive hasta la mía, nos
es difícil comprender cual seria la situación de las calles
populares de Madrid, inundada de tanta inmundicia, a la vez
que el viandante debía de sortear a cada paso la llegada del
agua va , o sea que tenia que estar pendiente de lo que
había en el vial, más lo que llegaba de las viviendas, y a
soportar esto, como ya dije, le ayudaba al madrileño, el
charnego y la gran capa.
Carlos III, “el gran alcalde de Madrid”, quiso adecuar la
capital de su reino a los niveles de las capitales europeas,
y para ello se pertrecho de los hombres que le pudieron
recomendar o que el seleccionó como más indicado para la
política que se propuso para Madrid , elevarla a nivel
europeo.
Para ello y entre otros, nombró al italiano marqués de
Esquilache, Ministro dándole el encargo de modernizar Madrid
y a los madrileños.
El cometido principal fue la remodelación urbana de Madrid y
su adecuación sanitaria a través de la realización de fosas
asépticas y canalizaciones de desagüe de aguas negras a la
vez que iniciaba la pavimentación y acerado de las calles.
Una vez conseguida la adecentación de los viales madrileños
optó por la eliminación del aspecto lúgubre y tosco de la
vestimenta de los madrileños a través de un edicto municipal
que recogía formas de vestir y normas para su debido
cumplimiento. Creando con ello y sin darse cuenta un caballo
de Troya que terminaría por eliminarlo.
Que la política de Esquilache era acertada , es algo que
tenemos que reconocer como incuestionable. Como indiscutible
a todas luces, el reconocer que era favorecedora.
Pero lo que no valoró el Ministro fue su condición de
italiano, y por lo tanto usurpador de un puesto ministerial
a un ciudadano español.
Como tampoco valoró la idiosincrasia del español o del
madrileño, que bien pudiéramos creernos las personas más
perfectas del Universo. Como tampoco valoró Esquilache las
consecuencias que se podían derivar de la imposición a los
madrileños de unas nuevas costumbres a través de la
prohibición y de la sanción .
Esquilache, tal vez en su condición de Ilustrado,
menospreció, a los que valoro como oscurecidos madrileños,
incapaces de enmendarle la plana . A la vez que desestimó de
forma imperdonable, por su propia condición de extranjero,
de la posible existencia de fuerzas conspirativas, en un
paisanaje tan atrasado como el madrileño, y de la posible
confabulación de esas fuerzas para conjuntarse contra él.
Que la acción de Esquilache en la modernización de Madrid
fue acertada, lo reconoce la Historia cuando denomina a
Carlos III el mejor Alcalde de Madrid.
Que la política de eliminar el chambergo y la capa una vez
eliminadas las causas que la podían justificar, fue
inmejorable por los propios objetivos que perseguía, evitar
la ocultación de armas y del rostro para que pudiesen ser
identificados los que se dedicaban a fastidiar al prójimo.
Por lo que tenemos que reconocer, que efectivamente
Esquilache tenía toda la razón intelectual y objetiva por la
política que impuso a los madrileños.
Y por las acciones emprendidas por el Ministro, los
madrileños debían sentirse en deuda con él .
La moraleja de Esquilache, no estuvo en sus objetivos
políticos, que fueron acertados y muy buenos para el pueblo
de Madrid, sino en el método empleado: Prohibición e
imposición .
Lo que permitió a los poderes fácticos, la utilización de
esta política para eliminarlo a él y a los otros ministros
italianos a través de la conjunción de esas fuerzas, por muy
discrepantes y antagónicas que fueren. Que siempre que han
de satisfacer sus propios intereses se unen, para atacar y
maltratar nuestros propios intereses.
Por lo que tenemos o debemos de rogar a Zapatero, que nos
libre de los Ministros que quieran prohibir, para que no nos
pase como aquel, que fue por lana y salió trasquilado. O
aquella familia de 12 miembros habitando en una vivienda de
60 m2. y no creyéndose que su situación pudiera empeorar,
sin saber ni cómo ni por qué le parió la abuela.
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