Si a mí me diera por convocar a
los ciudadanos a una manifestación y me encontrara con que
habían acudido treinta y tres un loro, lo primero que haría
es retirarme del lugar, llámese plaza de los Reyes o de
África, deprisa y corriendo, sin mirar hacia atrás y
procurando por todos los medios no decir ni pío.
Los dirigentes de la UGT y CCOO -de Ceuta- intentaron
nuevamente comprobar la fuerza que tienen sus sindicatos
mediante la llamada a una concentración frente a la
Delegación del Gobierno. Con el fin de que los concentrados
pudieran evidenciar de qué manera están en contra de la
Reforma Laboral que ha emprendido el Gobierno de la nación.
Y se llevaron un chasco morrocotudo. Obtuvieron una nueva
decepción. Acumularon otro fracaso más. Pero no fueron
capaces de hacer lo que yo digo que hubiera hecho en un caso
así: alejarme del escenario con mi mutis a cuesta. Y si
acaso hubiera decidido responder a las preguntas de los
periodistas, nunca le habría echado la culpa al empedrado.
Que es lo que los sindicalistas han hecho una vez más.
Porque es muy conveniente aceptar los fracasos cuando éstos
se producen. Y hasta resulta de utilidad trabajarse, de
cuando en cuando, la estética del perdedor. Todo antes que
ponerse a largar contra quienes gozan de un empleo público
bien remunerado. Acusándoles de que su inasistencia a la
concentración demuestra no sólo insolidaridad con los menos
favorecidos, sino que son los que propician que los
sindicatos se hayan vuelto a quedar en situación desairada.
Los dirigentes sindicalistas deben reconocer que están
obcecados con largar. Ofuscados de manera tan ciega cual
negativa. Y si siguen convencidos de que actúan
correctamente, no podrán quejarse de que cada día sean menos
las personas que deseen afiliarse unas centrales sindicales
que se proclaman de clase.
A mí me gustaría saber si los afiliados a UGT y CCOO –de
Ceuta- pertenecen mayoritariamente a los sectores menos
favorecidos. Es decir, si entre sus filas predominan más los
obreros de pico y pala que los que pertenecen al sector
terciario. Y, desde luego, sería muy ilustrativo conocer
cuántas personas pertenecientes a ese “sector potente”, que
ha sido culpado del fracaso de la concentración del día 30,
pagan cuotas como afiliados.
Lo cierto es, para no seguir mareando la perdiz, que otra
vez se ha demostrado el escaso poder de convocatoria que
tienen los dirigentes sindicalistas. Y a las pruebas me
remito: a la concentración de la plaza de los Reyes
acudieron cien personas. Y estamos hablando de una población
que, según datos recientes, o sea, en enero pasado, cuenta
con 80,570 habitantes.
Lo cual demuestra que el fracaso de Antonio Gil y de
Juan Luis Aróstegui ha sido estrepitoso. Aunque me
consta que al primero, con quien siempre me he llevado bien,
fiascos así le hacen pensar que algo deben estar haciendo
muy mal. Y por ahí se empieza. Al segundo, en cambio, que no
se percata jamás de sus mediocres posibilidades, los
fracasos le sirven para que aumente su encono contra todo lo
que le rodea. ¿Cuándo llegará el día en que el secretario
general de CCOO asuma, de una vez por todas, que sus
comportamientos sientan peor en esta ciudad que purgarse con
aceite de ricino? Pues eso...
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