Uno tiende a pensar que entre los
muchos españoles que se han desplazado a Sudáfrica,
convencidos de que la selección española terminará ganando
el Mundial, debe haber bastantes personas que estén siendo
víctimas de la crisis económica. Incluso no tengo el menor
empacho en asegurar que los habrá que formen parte de la
enorme cantidad de parados que se nos da a conocer sin
solución de continuidad.
Así que cuando las cámaras de televisión se recrean
exhibiendo, cada vez que le toca jugar a nuestra selección,
a tantos españoles que pasean su alegría por esa parte del
continente africano, gritando ¡España, España, España...!,
me siento poseído por la siguiente duda: ¿será la crisis
económica una mentira tan grande como la que nos contaron
sobre la Gripe A?
Inmediatamente, me exijo sentido común para no aventurar
cosas que puedan herir la susceptibilidad de tantísimas
criaturas que han perdido sus empleos, se han visto
despojadas de sus viviendas y están viviendo de la caridad
pública. Aunque confieso que mi magín no cesa de darle
vueltas al asunto.
Veamos. Descartados que no puedan ser ricos todos los
aficionados españoles que han acudido a Sudáfrica, también
me cabe desechar que tampoco disfrutarán todos de un empleo
estable al cual no le haya afectado la crisis. Y sólo me
queda convencerme de que muchos de ellos se están gastando
parte de los ahorros o todos los ahorros acumulados durante
cierto tiempo.
Con lo cual, y aunque estén en su perfecto derecho,
demuestran que hacen oídos sordos a cuanto nos vienen
diciendo los medios de comunicación acerca de que la peor
crisis está por venir. De lo contrario, me cuesta mucho
trabajo asumir que se hallen disfrutando de un
acontecimiento deportivo a cambio de pasarlas canutas cuando
vuelvan a la realidad diaria.
La vuelta a la realidad diaria de los aficionados será,
yéndole muy bien a España, en la primera quincena de julio.
En pleno verano. Cuando el calor, el andar al sol, los
problemas laborales y familiares sean portadores de la
cólera y la irritación. Y seguramente el viaje a Sudáfrica
será motivo de muchas rupturas familiares.
De muchas discusiones en las que primarán, por encima de
todo, las palabras culpables contra quienes, habiendo
convertido el fútbol en un ideal. Y hechos a la idea de que
la selección española convertirá ese ideal en el mayor
triunfo de su historia, decidieron olvidarse de sus
problemas económicos inmediatos y se fueron a Sudáfrica con
tanto o más ardor con que los españoles se alistaban en los
tercios de Flandes o partían para las recién descubiertas
tierras americanas.
Un ardor tan inextinguible, una pasión desenfrenada, como la
que cualquier español de provincias pone en su ida al
Bernabéu o al Nou Camp. Con el fin de contarles a sus
vecinos, a sus amigos y a todo quisque que se encarte, que
estuvo en el estadio del equipo de sus amores y que hasta
consiguió fotografiarse con ciertos jugadores relevantes.
En fin, ojalá que todas esas personas que, olvidándose de la
crisis económica, se fueron a tierras extrañas, sean
testigos del mayor triunfo de la selección española. De no
ser así, me temo que todas ellas formarán parte,
desgraciadamente, de esa huelga laboral anunciada para
septiembre. Y hasta se pondrán iracunda.
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