| 
                     Luis María Anson, a quien 
					suelo leer con fruición, no cesa de denunciar cómo las 
					Autonomías desangran a España. Y no tiene el menor reparo en 
					calificar de jefecillos de Estado a los presidentes 
					autonómicos. A quienes les acusa de haber encontrado la 
					fórmula idónea, salvo excepciones, que dice haberlas, para 
					culminar su política de colocar a parientes y amiguetes. De 
					ahí que la voracidad autonómica haya superado a la de la 
					Administración Central. 
					 
					Anson no tiene el menor inconveniente en darnos a conocer el 
					siguiente dato: mientras 60 fundaciones dependen y están 
					financiadas por el Gobierno de la nación; 466 es el número 
					bajo tutela autonómica. Las sociedades mercantiles del 
					sector público que en Moncloa apenas llegan a 200, superan 
					las 600 en el ámbito autonómico. De manera que la proporción 
					de los organismos institucionales es de 68 a 183 y del resto 
					de los entes públicos de 47 a 280.  
					 
					Total, dice Anson, que los españoles pagamos 473 camelancias 
					que dependen del Gobierno y 2.181 que pastorean las 
					comunidades autónomas. Cuando más del 90% de todas esas 
					fundaciones, empresas, sociedades y organismos pueden 
					considerarse prescindibles. 
					 
					Leída esta opinión del escritor político y, más 
					concretamente, escritor monárquico y gran periodista, lo 
					primero que he pensado es en la buena suerte que tenemos 
					nosotros por no vivir en una Comunidad Autónoma. Por la cual 
					vienen suspirando algunos políticos locales, fantasiosos y 
					ávidos de poder. Bueno, de poder sumarse a esa lista de 
					jefecillos de Estado de la que habla el presidente de ‘El 
					Imparcial’.  
					 
					Ahora bien, lo de colocar a parientes y amiguetes es algo 
					que jamás podrá erradicarse de la política, aunque ésta sea 
					municipal o haya adquirido un rango superior. Porque el 
					clientelismo forma parte consustancial de la vida de los 
					partidos. Un partido sin clientela está, además de muy mal 
					visto, llamado a pegar tumbos y a irse extinguiendo como una 
					pavesa.  
					 
					El clientelismo, tan bien aprovechado en su tiempo por 
					Romanones y tan vituperado por Manuel Azaña -y 
					así le fue- cumple funciones muy principales. Y la más 
					importante es que sirve para poder mantener la boca cerrada 
					a cuantos gobernantes, una vez que han sido destituidos de 
					sus cargos, puedan acceder a otros a fin de que no se les 
					ocurra contar lo que no deben. Y, claro, para ese menester 
					se hace necesario inventar empresas, fundaciones, 
					organismos... 
					 
					En ocasiones, me da por mirar con detenimiento lo que sucede 
					a mí alrededor y me encuentro con que el número de clientes, 
					en esta ciudad, ha aumentado. Y entre esa clientela, uno 
					sabe que hay individuos, con tanta fuerza, que se permiten 
					el lujo de elegir el empleo que desean. Y me hago cruces. 
					 
					Por cierto, que ya me han llamado para decirme el nombre de 
					la persona que pondrán al frente de una Fundación que está 
					ya a punto de caramelo.  
					 
					Y me lo han dicho para que sepa que la persona nombrada no 
					tiene nada que ver con la que en principio estaba destinada 
					a ocupar ese cargo. Eso sí, a pesar del clientelismo, lo 
					mejor es que esta ciudad carece de jefecillo de Estado. 
					Figura tan denostada por Luis María Anson. 
   |