Cuando escribo, aún faltan más de
diez horas para que pueda ver convertido en realidad el
deseo de que la selección española haya derrotado a Chile.
Me atrevo a asegurar que tal deseo es compartido por
innumerables españoles; sean o no aficionados al fútbol.
Aunque habrá una minoría que, por diferentes motivos y
absurdos que parezcan, querrá que los chilenos salgan
victoriosos de lance tan decisivo. Y también, como no podía
ser de otra forma, existirán los que les importa un bledo y
parte del otro lo que suceda en ese enfrentamiento.
El partido es difícil. Lo cual no deja de ser un axioma. Por
no llamarle tópico. Que es adjetivo muy trillado. Las
dificultades de este partido contra los chilenos son
consecuencias, y por tanto cosa ya archisabida, del petardo
que pegaron los hombres de Vicente del Bosque frente
al equipo suizo. Al que los periodistas españoles, casi de
manera generalizada, catalogaron como conjunto que estaba
derrotado de antemano. Y hasta se permitieron el lujo de
predecir los muchos goles que recibirían los inventores del
reloj cuco.
De aquel partido frente a la selección dirigida por
Ottmar Hitzfeld, alemán él, recuerdo que la cara del
seleccionador español era un poema al que le hubiera venido
que ni pintiparado el título de técnico desconcertado. Que
es un estado, como ustedes bien saben, en que una persona no
sabe qué pensar, decir o hacer. Cierto es que hay
entrenadores y seleccionadores que han aprendido a disimular
ese desconcierto perpetuo, tras haberse construido una
imagen de serenidad capaz de cubrir todas sus deficiencias a
la hora de tomar decisiones en el banquillo. Una serenidad
ficticia, basada en hacer el Don Tancredo ante las
circunstancias negativas para su equipo, que se están
produciendo en el césped.
Del Bosque cometió el primer desliz cuando dejó fuera de la
selección a Senna. Porque el futbolista del
Villarreal proporcionaba al conjunto un equilibrio
permanente en la zona vital del medio terreno. Y, desde
luego, entre tan gruesa plantilla siempre me pareció una
herejía no contar con este jugador como premio a los
servicios prestados que se hubiesen convertido, en caso de
necesidad, en un acierto de elección en Sudáfrica.
Y las razones son claras: Xabi Alonso, de quien no se
puede decir que sea un tuercebotas, no se distingue
precisamente por mejorar el rendimiento de los jugadores que
le rodean. Verbigracia: su llegada al Madrid hizo posible
que el trabajo de Lass fuera lo menos parecido a ese
otro jugador que había encandilado al mundo del fútbol la
temporada anterior. Ya que el donostiarra es poco
recomendable haciendo de escudo de la defensa. Pero hay más:
adelantado unos metros, tanto en su equipo como en la
selección, XA es también causante del menor rendimiento
ofrecido por los jugadores designados para enlazar con los
delanteros. En el caso de la selección, quien está pagando
las consecuencias es Xavi Hernández. En cuanto a la
incertidumbre creada por los fallos de Casillas, otro
seleccionador, de tener dos porteros de la talla de Reina
y Valdés, habría resuelto el problema en un
santiamén. A pesar de todo, es decir, de Casillas y de Xabi
Alonso y de que el seleccionador haga el Don Tancredo en el
banquillo, España debe haber ganado a Chile y seguir
pensando en la final.
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