Creo que hay que ir desterrando
ese “san benito” que, desde hace años se viene dando,
respecto a la juventud, de que carece de responsabilidad, en
sus actuaciones.
A medida que van pasando los años, y cuando, por razón de
edad, debiera parecer que me encuentro más alejado de los
ideales y de las formas de actuar de los jóvenes, voy
descubriendo, cada día, que la sensatez está en el fondo de
los jóvenes y que el hecho de que no vean un futuro muy
claro, a cada instante, para sus aspiraciones, les hace
valorar más y más todo lo que se les apoye en sus
aspiraciones y en todo lo que se les encarrile para su
futuro.
Los finales de curso, y de esto debo saber algo por los 41
años que llevo impartiendo clase en centros públicos, han
sido, a lo largo de la historia, un paño de lágrimas para
muchos, especialmente, cuando las calificaciones no eran
buenas.
Hoy, posiblemente, esas lágrimas se quedan en su justo sitio
y una gran parte lo que hace es fijarse en el “como” y el
“por qué” de esos resultados finales.
La sociedad ha cambiado para todos y si en los mayores ya no
se piensa en ir a la fiesta del pueblo con camisa “terlenka”
o con el último grito del lujo, para acudir casi con la ropa
del trabajo, los jóvenes miran hacia adelante y, a pesar del
negro túnel que se les presenta para abrirse camino, son
capaces de traspasar ese túnel y ponerse a competir con
cualquiera.
Y es que un joven de hoy no piensa, para nada, en el
apellido del que tiene a su lado, con lo que un López, un
Sánchez, Martínez o Blázquez es capaz de mirar de tú a tú a
cualquiera de esos apellidos rimbombantes, que en mis años
jóvenes nos dejaban perplejos, aunque sólo fuera por lo
largos que eran y siguen siendo.
Debo advertir que estoy hablando de jóvenes, no de niños, y
de jóvenes que quieren superarse, no de niñatos que buscan
el camino más fácil, aunque no el más correcto.
Los jóvenes a los que me refiero son aquellos que van a las
aulas o cruzan los pasillos con sensatez, los niñatos son
los que llenan las aulas o alborotan los pasillos, porque
una normativa les manda ir ahí, pero ellos están deseando
coger otro camino más lucrativo y con menos
responsabilidades. Esto debe quedar claro y perfectamente
marcado y diseñado.
Y esta claridad hay que afirmarla cuando compruebas, yo lo
estoy comprobando, que la normalidad no es ni la mayoría
aplastante, ni una minoría selecta. La normalidad la
encontramos en los que saben que van a formarse, para las
etapas siguientes, para marcar su futuro por ellos mismos y
sin sobresaltos posteriores.
Hace un par de días, yo recibí una de las alegrías más
grandes de mi, ya larga, carrera profesional, cuando un
curso, primero de Bachillerato, en el que hay chavales de
sobresaliente, notables y aprobados ramplones, quedaban
conmigo, a la última hora del viernes, la última clase
lectiva del curso y me entregaban un obsequio, sentido,
valiosísimo para mí, con esta nota:” De todos sus alumnos de
primero de Bachillerato D, por enseñarnos a ser mejores
alumnos y mejores personas. Nos llevamos un recuerdo muy
bonito de usted. Gracias”.
Las gracias, lo digo de verdad, debo darlas yo, por haber
tenido la suerte de impartir clase a unos jóvenes que, en
sus ratos libres gozarán de playas, fiestas y demás, pero en
su vida diaria han encaminado la vista a ser cada día más
personas, valorando el trabajo y a aquellos que les enseñan
a trabajar. Con chavales como estos da gusto trabajar.
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