Estaba esta escribidora el pasado
jueves por la tarde tomando café con mis amigos Pedro Román
y su esposa Maripi cuando en televisión emitieron la noticia
del escrito de acusación fiscal del Caso Malaya. Allí nadie
sabía nada. Ni los abogados ni los propios imputados.
Afortunadamente para eso están los medios de comunicación y
las tertulias: para notificar y que la gente se entere.
No, tienen razón. No voy a preguntarme con escéptico
sarcasmo sobre quien filtró el escrito a la prensa. ¿Para
qué?. En estos momentos en nuestra desdichada España mejor
es no preguntar. No preguntar y anotarlo todo. Mayormente
por aquello de la Ley de la Memoria Histórica, porque “esto”
que estamos padeciendo “también” es Historia y si existen
víctimas del franquismo también existen víctimas en otras
épocas y la memoria de todas ellas ha de ser rehabilitada
por igual.
Busquen, busquen, navegando por internet, porque ya no cabe
en lo nuevo que se avecina el “borrón y cuenta nueva”. Los
borrones son capaces de tapar la realidad, de esconderla
bajo una fea mancha de tinta de luto, pero lo que es, es y
lo que está, está y por lo que es y está hay que pagar y
responder. Porque no cabe un nuevo estilo sin una nueva
ética, sin una regeneración de los valores, sin una
respuesta rotunda a desatinos, maldades, injusticias y viles
putadas. Podría parecer que, ante determinados hechos ( y
pongo como ejemplo el enterarse de una petición fiscal de
veinte años para Pedro Román por una simple operación
inmobiliaria absolutamente lícita por medio de la televisión
antes que por su abogado) ante determinados supuestos, la
publicación de las fotos de las fichas policiales de
imputados presuntamente inocentes al no haber sido juzgados
ni condenados, la publicación de la lista de personas
absolutamente inocentes que se arriesgaron a prestar dinero
a un procesado para pagar una fianza, los circos
jurídico-mediáticos, el público escarnio de detenidos y la
total falta de apoyo a los afectados por los errores de
quienes detentan el poder, podría parecer que, el pueblo,
atemorizado, no tiene más remedio que tragar saliva y
conformarse. Porque sabe, sabemos, que no hay quien nos
defienda ante quienes tienen en sus manos nuestras vidas. Y
no exagero. ¿A quien podemos recurrir?.
Hoy por hoy a nadie. Pero, pese al poder del “ahora” también
existe un mañana, que será distinto, siempre que asumamos el
reto de construirlo unidos y de edificar el futuro tal y
como deseamos que sea. Un futuro sin miedo. Un futuro donde
los ciudadanos nos veamos protegidos de los abusos de los
Poderosos. Un futuro sin resignarnos a vivir con los ojos
puestos en el Tribunal de Estrasburgo para que sea Europa
quien haga justicia.
En la Nueva Transición, el Partido Popular estará obligado,
por ética, a dotar a los españoles de mecanismos de
protección y a erradicar las castas y los aforados. Todos
iguales ante la Ley o que eliminen el art. 14, el Principio
de Igualdad, de la Constitución. Nada de privilegios. Y un
Defensor del Pueblo que se implique, que luche por nosotros,
que se moje, que sea nuestro mayor y más sólido apoyo ante
las arbitrariedades. Con poder bastante como para hablar y
ser escuchado . Y elegido en las urnas, que no designado a
dedo por el gobernante de turno entre sus afines. La nueva
ética que ha de fundamentar el desembarco del Partido
Popular no es en modo alguno una broma, ni un eufemismo
ñoño, ni la regalan en las rebajas del relativismo moral. La
nueva ética es la de la rectitud, la justicia, la honradez,
la participación, la igualdad total y absoluta, la
protección sin fisuras a los ciudadanos, el sentir y el
pensar de la ciudadanía como brújula de todas las decisiones
y la oferta de recursos e instrumentos al pueblo para que
haga valer sus derechos y expresar sus quejas y sus agravios
sin tener que recurrir a los programas de televisión ni
pedir ayuda a Belén Esteban y a Jorge Javier Vázquez.
En la Nueva Transición, la justicia no se pedirá en los
platós, sino donde corresponde. Y los españoles nunca nos
sentiremos solos. Esa ha de ser la piedra angular del
programa del Partido Popular : el hacernos recuperar la
confianza absoluta en que, ya nunca más, nos volveremos a
sentir tan solos.
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