Del dogma a la ortopraxis; del
fundamentalismo literal al simbolismo hemenéutico; de la
creencia a la fe; del fanatismo a la liberación. Son
curiosas estas religiones monoteístas de la paz (el
politeísmo ha sido en la historia mucho más tolerante),
Judaísmo, Cristianismo e Islam, con ínfulas de dominio
mundial ancladas en sus genes teológicos, valga la
expresión, tahúres de la razón y tan remisas al diálogo con
todas las cartas encima de la mesa. Este presunto Dios de la
Biblia, El Corán y el Nuevo Testamento que rezuma sangre y
violencia en los textos. Personalmente deduzco, empirismo en
mano, que el enfrentamiento total y a varias bandas va a ser
inevitable, lo cual no resta sino que le da valor añadido a
experiencias académicas tan valiosas como la vivida la
pasada semana en las abiertas aulas del Instituto Cervantes
de la ciudad del Dersa, protagonizada por la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) en colaboración con la
Universidad Abdelmalek Essaadi de Tetuán. Un hito. Hablemos
pues pese al “fatum” (término con menos matiz religioso que
el “destino”) en ciernes, pues si no podemos orillar lo
inevitable quizás podamos al menos relativizarlo. Porque,
dicho magrebí, “es mejor que nada”.
En la enconada polémica religiosa entre las tres religiones
del común tronco abrahámico, sin visos teológicos de
solución, quédense y rumien los lectores esta didáctica
“Parábola del Anillo”, escrita por Lessing (1729-1781) en su
obra de teatro “Natán El Sabio” (acto 3º, escena 7ª): “Y
así, de heredero en heredero, llegó el anillo finalmente al
padre de tres hijos, los tres igualmente obedientes y por
ello los tres con el mismo amor amados. Sólo de vez en
cuando le parecía ser ya el uno o el otro, ya el tercero
-cuando se hallaba a solas con uno de ellos y los otros dos
no dividían su amante corazón- más digo del anillo que, por
piadosa debilidad, había prometido por separado a todos
ellos. Así marcharon las cosas mientras fue posible. Pero se
acercaba la muerte y el piadoso padre se sintió indeciso.
¡Le dolía causar tal daño a dos de sus hijos, confiados en
su promesa!. ¿Qué hacer?./ Envió pues en secreto el anillo a
un artífice, con encargo de no escatimar gastos ni esfuerzos
para hacer otros dos absolutamente iguales. Así lo hizo el
artífice, con tal primor que cuando llevó los anillos ni
siquiera el padre pudo distinguirlos. Contento y feliz llamó
a los hijos y separadamente entregó a cada uno con su
bendición su anillo. Y murió./ Ocurrió después lo que era
inevitable. Apenas muerto el padre, cada hijo presentó su
anillo y cada uno quiso ser dueño de la casa. Pruebas,
reclamaciones, pleitos… de nada sirvieron: ¡fue imposible
distinguir el anillo verdadero!./Casi tan imposible como
distinguir nosotros la verdadera fe”. Cordialmente dedicado,
amigo lector, a “los tres hermanos”: a mis buenos amigos
judíos, cristianos y musulmanes. ¡Que el fraticida sea
anatema!.
Y es que, como advertía Dante en su “Divina Comedia”
trasunto en cierto sentido de la “Escala de Mahoma”, ¡de
buenas intenciones está empedrado el camino al Infierno!. Yo
les escribiría de geopolítica de los recursos, proyección
estratégica de Europa (peligrosamente laxa) y otras lindezas
por el estilo en el interesante marco, desde luego, del
Diálogo de Culturas y la Alianza de Civilizaciones.
Contrastando a Huntington, Tariq Alí, Sami Naïr, Beaufre,
Kaplan, Luis Racionero, Mahdi Elmandjra, Toffler…
Llegaríamos lejos, se lo aseguro. Porque entre el diálogo y
el papel de “tonto útil” hay un angosto tramo. Dialoguemos
pues, más que nunca, con franqueza y valentía. Pero no
dejemos que nos utilicen como incautos y prescindibles
“compañeros de viaje”… Visto.
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