Nos rodean mundos cercados por la
sinrazón, envueltos por la injusticia, acorralados por el
desequilibrio, sitiados por monstruos sin corazón. Sólo hay
que abrirse a la ventana de la vida y ver cómo nos ciñen las
tensiones y cómo nos dominan los males. Cada cual
reinterpreta los derechos humanos como le viene en gana. Las
ideologías suplantan la verdad, su verdad, que para nada es
ético. Como tampoco es moral la riada de políticos que
cultivan la política sin deontología alguna. Bajo este
entorno mundial de violencia y guerra, hay que actuar, jamás
con cañones, sino con la mirada puesta en un orden mundial
más equitativo. También la economía necesita normas
honestas. Hay que invertir en ética; pero en una ética
genuina, sólo así se podrá fomentar la solidaridad y la
responsabilidad de la ciudadanía. Hasta ahora ha prevalecido
el consumismo, el despilfarro de unos en detrimento de
otros, la ineptitud de algunos guías mundiales, el negocio
frente al corazón. Sin duda, estamos sitiados por mil
enfermedades, en buena parte causadas por la insensibilidad
que se ha socializado. No en vano, uno puede quedarse en la
calle con un puñal en el pecho sin que nadie le socorra o
verse utilizado como juego de divertimento del poderoso.
Se dice, se comenta, es voz permanente en tribunas de mucho
hablar y mejor vestir, que nuestra salud, bienestar y futuro
dependen de la capacidad de conservación y conversación.
Voces de aquí y de allá, repiten siempre lo mismo: que
debemos conservar todas las especies del engranaje del
universo. Sin duda, todos somos necesarios. Asimismo, la
biodiversidad es el hilo de la palabra que mueve todos los
labios en los foros de alto pedestal. Sin embargo, nunca
hubo tantos disturbios contra la naturaleza como en estos
últimos años. No le faltó razón, al filósofo alemán Albert
Schweitzer, cuando dijo que “vivimos una época peligrosa,
justo porque el ser humano ha aprendido a dominar la
naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí
mismo”. La mano del hombre no sólo castiga por tierra,
también por mar. Las actividades delictivas están a la orden
del día. Estamos sitiados por el imperio de los
contaminantes y de los contaminadores, por la
sobreexplotación de los recursos vivos, por los piratas que
traspasan los cristales vírgenes de la naturaleza. Desde
luego, la realidad es la que es, y no se puede seguir
descuartizando nuestro propio hábitat. Pero, cuidado, aquí
toda la humanidad tiene que tener voz, porque tiene que
cambiar de actitud frente a la vida. Recordemos, lo que dijo
el poeta Aleixandre: “sin voz juegan las masas, mas no
escuchan”. Ciertamente, nada es tan educativo como escuchar
mucho.
Hay que salir de este mundo sitiado por las falsas palabras
de los charlatanes de salón, por las promesas que no van
seguidas de hechos, cuando se precisan brazos y abrazos, el
auxilio de las voces no sirve de nada. Un mundo globalizado
como el actual no puede caminar a diversas velocidades, debe
ir al unísono, sembrando imágenes acordes con las ideas;
puesto que, sólo en un mundo de seres humanos auténticos es
posible la unión. Si hubiera unidad en el mundo, que no hay,
a pesar de ser nuestro destino, más que pensar en la próxima
crisis financiera, estaríamos debatiendo sobre la manera de
ayudar a los pobres, que se han hecho más pobres, con la
crisis actual. Que el euro se desploma, los grandes países
siempre ganan. Que los desempleados aumentan, las entidades
crediticias cosechan beneficios. A mi juicio, resulta
prioritario en el mundo que sepamos discernir los
itinerarios a tomar, para que ningún ser humano se quede
excluido y ver la manera de cómo superar las divergencias
que nos separan.
Por otra parte, no es bueno que el mundo se encierre en sus
fronteras, hay que abrirse al mundo. Debiera ser motivo
preferente poner fin a los bloqueos, con ello se evitarían
derramamientos de sangre, siempre inútiles. No se puede
negar el acceso de suministros médicos allá donde una vida
lo necesite. Es fundamental que las organizaciones
internacionales investiguen a fondo cualquier acontecimiento
inhumano que se produzca en el orbe. Deben estar para eso,
para poner orden y denunciar las injusticias. Sin duda, una
de las mayores inmoralidades de nuestra época, que aún no
hemos sido capaces de atajar, es el hambre y al
desnutrición, causante de la muerte de uno de cada tres
niños menores de cinco años en los países en desarrollo. Con
sólo 25 centavos de dólar, la agencia de la ONU provee una
comida nutritiva a un niño en su escuela, lo que, por otro
lado, incentiva a los padres a seguir mandando a sus hijos a
estudiar.
Por consiguiente, el mundo sitiado es un mundo de amarguras
al que hay que liberar más pronto que tarde, ha sido creado
por el mismo ser humano, en la lucha por una vida
deshumanizada y desvirtuada, dirigida por los hilos de un
poder sin conciencia, corrupto en el tiempo, que impide que
la ciudadanía piense por sí mismo, obre por propia
iniciativa, ejerza sus responsabilidades, afirme y
enriquezca su personalidad. Ha llegado el momento de que
nadie mire hacia el otro lado, ni por encima del hombro a
persona alguna. Los días nacen y se apagan para todos por
igual.
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