En estos tiempos de emergencia, –educativa, económica,
cultural, política–, sorprende la insistencia de los
intelectuales orgánicos de siempre en propalar la amenaza
del dominio del oligárquico mercado, o de la atávica
Iglesia, a la autonomía moral del individuo y a la soberanía
democrática del Estado. Una pequeña muestra, a título de
ejemplo, es el prólogo del reciente libro recopilatorio de
los últimos ensayos de Elías Díaz, bajo el atractivo marco
De la Institución a la Constitución. Política y cultura en
la España del siglo XX.
Es lógico que en la travesía del desierto económico estemos
más preocupados del negocio que de la afirmación del ocio,
en sentido clásico. Pero lo que no podemos olvidar es que la
respuesta a la desorientación generalizada, al conflicto
permanente elevado a la categoría de los intereses de
quienes quieren, a toda costa, permanecer en el poder,
procede de una comprensión cultural de la política y, por
tanto, de una concepción del hombre y de su sentido. La
acción cultural es la antítesis de un ejercicio rastrero de
voluntad política (Hobbes); es el fruto de un ejercicio de
participación.
Hace no muchos días, con motivo de la firma del acuerdo
entre el Grupo Intereconomía y la Fundación Universitaria
san Pablo CEU, apareció en el horizonte público, y de lo
publicado, el concepto de proyecto cultural. No pocos se
preguntaron qué es un proyecto cultural, quién tiene hoy en
España un proyecto cultural, en qué consiste un proyecto
cultural. Sabemos que las políticas sociales del Gobierno de
Zapatero representan una de las más agresivas formas de
política cultural del presente. Sabemos de los referentes
ideológicos de esta refundación de una izquierda mutada en
construcciones sociales agradables al deseo, novedosa
facultad de lo humano. Pero no sabemos de la viabilidad de
una propuesta cultural, un proyecto, basado en la afirmación
cristiana de la persona a partir del presupuesto de que la
cuestión antropológica es la primera dimensión de lo
político.
Es hora de viajar, de atisbar allende las fronteras de esta
piel de toro que nos atenaza, un nuevo horizonte. Italia
puede ser un buen ejemplo. Allí, el pensamiento laico es
capaz de dialogar con el pensamiento cristiano; los
responsables de la Iglesia han alentado una propuesta de
presencia pública de la fe más allá de divisiones internas
sobre sensibilidades enriquecedoras. Hubo, en Italia, un
cardenal, Camillo Ruini, que interpretó una de las
partituras mejor escritas por Juan Pablo II, la del diálogo
con la razón secular como fruto del Concilio Vaticano II.
Los católicos italianos eran muy conscientes de que la
pretendida, durante casi un siglo, unidad en política era
una quimera. Y por eso pensaron que la unidad principal era
la cultural.
No todo el mundo entendió lo que quería el cardenal Ruini.
Pronto comenzaron las críticas internas, las desafecciones
volitivas, las siempre estéril dialécticas en la Iglesia.
Pero el cardenal Ruini tuvo la oportunidad de poner en
funcionamiento la maquinaria del Proyecto cultural y de
explicar, a quien lo quisiera, de qué se trataba y qué es lo
que se pretendía.
El proyecto cultural arrancó por la comunicación, ese
fenómeno que da forma a nuestro mundo y que ofrece los
sentidos en lo cotidiano. La comunicación y sus medios son
hoy las plataformas primeras de articulación de la
relaciones entre las personas. De esa primera etapa surgió
un diario, Avvenire, que ha sufrido ya sus primeras crisis
como fruto de su consolidación. Nació una televisión y una
red de emisoras de radio, miles de páginas web en algo más
que red. Y de la comunicación pasaron a la educación, que es
en lo que se están ahora, en un momento en el que quien no
se ha subido al carro tiene la sensación de que ha perdido
el tren de la historia.
Esta apuesta conceptual no puede no nacer de la tradición
cristiana, que siempre ha sido rica en imaginaciones de
espacio y de tiempo. No debemos caer en el repetitismo
cultural. La iniciativa será de la inteligencia, no de la
voluntad. El voluntarismo es la principal herejía hoy en el
pensamiento cristiano.
Estos días pasados me decía un Delegado Apostólico, buen
amigo, que habría que dedicar más tiempo al encuentro entre
intelectuales católicos –los que haya– en este momento de
emergencia cultural. Al menos en Italia, como fruto del
proyecto cultural, han creado una página web en la que
recogen diariamente las colaboraciones en medios,
www.piuvoce.net, de quienes apuestan por el hombre todo y
por todos los hombres.
Heidegger nos recordó que “el origen no está detrás de
nosotros, sino delante”. No debemos olvidarlo.
*Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Comunicación de la Universidad CEU San Pablo.
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