Una breve nota en un periódico de tirada nacional, y una
página perdida por Internet nos desvela que los próximos
días del 3 al 6 de Junio, se celebrará la reunión anual del
Club Bilderberg, en Sitges, a pocos kilómetros de Barcelona.
Poca relevancia para un acontecimiento que concentra a los
políticos y empresarios más poderosos del planeta.
Ayer fui testigo de una situación, que aunque frecuente me
hizo cavilar.
Una señora, caminaba por la calle con su hijo delante de mí.
El niño, de unos seis años, llevaba en sus manos una pistola
de juguete que seguramente acababan de comprarle. ¡Pum, pum,
muerto! Así se dirigía el niño apuntando a todas las
personas con las que se cruzaba en el camino. Algunas de
estas, complacidas, ponían gestos de miedo, risa, se ponían
las manos sobre el vientre y miraban a la madre con gestos
de complicidad. La madre y el niño parecían felices. El
juguete había sido realmente un éxito. La sociedad,
representada por los viandantes aceptaba el juego.
El hecho, aparentemente inocente, me sugirió una reflexión
más profunda y dolorosa. Recordé que de esa forma se han
expresado muchos etarras, incluso a los jueces que los
juzgaban, recordando la utilización del terror como fórmula
para conseguir ventajas de cualquier tipo. También las
matanzas masivas en colegios, perpetradas por niños y
jóvenes enajenados, en países donde conseguir un arma está
al alcance de cualquiera. Y la visión de tantos adolescentes
con armas por el mundo, estas de verdad, reclutados por las
guerrillas e incluso por ejércitos regulares, participando
en contiendas nacionales.
Los videojuegos, las películas y la publicidad, nos
presentan un grado de violencia a la que parece habernos
acostumbrado, y los niños reciben estos mensajes sin filtros
ni orientaciones. Nos extrañamos que estemos inmersos en una
sociedad violenta; nos escandalizamos cuando a diario los
noticiarios nos presentan víctimas reales; pero debemos
recordar que la paz no se encuentra, se construye día a día,
y por tanto, si queremos ser artesanos de la paz, debemos
empezar por educar en la paz, en la no agresión, desde
pequeñitos.
No participemos los mayores en la cultura de la violencia;
eduquemos a nuestros hijos para participar y construir una
sociedad en concordia y paz, y dejemos definitivamente las
armas para el ámbito de los profesionales, que son los que
deben saber hacer un uso restrictivo y ético de ellas.
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