Decía la fuerte de Gloria Fuertes,
una poeta de verso en pecho y de historias de gloria
literaria, que a nadie le regalaban nada, “aún los más
espléndidos o bondadosos están llenos de ganglios
contagiosos”. Cierto. Cuidado con los que te buscan, te
asedian, te obsequian, te adulan, te seducen… Muy pocos dan
algo a cambio de nada, en un mundo de intereses. ¿Cuándo
dejará de ser realidad lo de todo se compra, todo se vende?
Por desgracia, los analfabetos del amor son multitud en este
mundo.
Decimos que los pobres son nuestros preferidos y a renglón
seguido, después del atracón de ternura vertido, les
desplomamos socialmente con un ataque de exclusión.
Expresamos que somos hombres de sosiego y en cualquier
esquina alzamos la voz de la violencia. Hablamos de una paz
perenne que dure lo que dure el ser humano en el planeta,
mientras las armas siguen hablando de negocios. Manifestamos
que no queremos que mueran más cultivadores de palabras
echando tristeza por la boca, y la casta de opresores son la
única libertad. Estos desajustes tienen un fundamento: que
uno puede acariciar a las personas con lenguajes, pero
cuando los verbos no son conjugados por los labios del alma,
son de poco fiar. En el fondo, qué lejos queda aquello de
desear el bien de los demás con la misma seriedad con la que
se desea el bien propio.
En los últimos tiempo ha venido creciendo una visión de la
vida cada vez más antropocéntrica, interesada en lo
inmediato, en el bien exclusivo y concreto. Todo es por
algo. ¿Cómo esperar un ambiente pacífico bajo un clima
gélido, propiciado por el odio y por el poco valor a la
persona humana? Te matan y después piden clemencia al
cadáver. En muchos países hay una sensación generalizada de
impunidad debido a la ineficacia de los poderes judiciales.
Esa licencia para matar sin rendir cuentas a nadie causa un
daño grave a las normas naturales que protegen el derecho a
la vida y, por ende, a toda la humanidad. Necesitamos
sociedades sanas. Hay muchos padecimientos sociales. Los
humanistas padecen tristeza. Los gobernantes padecen
endiosamiento. Las civilizaciones padecen decadencia de
sentido humano. Hay que evolucionar y revolucionar nuestro
espíritu, nuestra mente, nuestro talante, para que cada ser
humano, por pequeño que sea, experimente el auténtico calor
de un afecto cercano y constante, no la traición o la
explotación, como suele pasar.
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