Cualquiera que haya leído algo
sobre la Historia de España sabrá que los reyes Católicos,
como buenos padres que eran, habían planeado que su hijo
Juan se casara con una mujer que le permitiera atesorar
poder para hacerle la vida imposible a Francia, la gran
enemiga de Aragón. Y, como bien dice Juan Eslava Galán,
en su libro ‘Historia de España contada para escépticos’, el
tiro les salió por la culata. Y fue así, porque su heredero,
el príncipe Juan, era de constitución más bien endeble y,
por el contrario, la novia que le buscaron, Margarita de
Borgoña, era una rubia fogosa, fortachona, saludable e
inclinada a la gozosa coyunda, y se merendó al marido en
unos meses.
Los médicos de la corte, que veían al desventurado príncipe
cada día más delgado, flojo de rodillas y con unas
preocupantes ojeras cárdenas, se alarmaron y aconsejaron a
la reina que los separara y les diera treguas, que la cópula
era un peligro para el príncipe; pero Isabel, por algo
llamada la Católica, les replicó: “Los hombres no pueden
separar a quienes Dios unió con el vínculo conyugal”.
Es decir, que la reina, de la que decían que era de natural
fogosa y celosa, con razón; puesto que Fernando, su
marido y rey, había adquirido fama de tirarse a todo lo que
se movía, no estaba por la labor de poner impedimento a que
su hijo dejara de gozar, incluso por encima de sus
posibilidades, en el tálamo. Y, claro, Juan acabó muriéndose
a edad temprana y fastidiando a la Casa de Trastámara, tan
española ella, para cederle el poder a la de Habsburgo,
extranjera, también conocida como Austria.
El problema, que tan bien entendió la reina, no era la
vitalidad de Margarita, sino que su hijo carente de salud,
se hubiera muerto de igual manera, aunque sin refocilarse.
De modo que se fue para el otro mundo, si no contento, al
menos satisfecho sexualmente.
Pues bien, lo dicho viene a cuento porque, de un tiempo a
esta parte, los periodistas que han mitificado a Iker
Casillas, y dado que éste canta más y mejor que cantaba
Luciano Pavarotti, no cesan de echarle las culpas de
tantas cantadas a las novias del ídolo de las vecinas del
quinto y de todos los tiernos.
Fue Eva González la primera víctima de los periodistas. La
primera que fue culpada de que el muchacho de Móstoles sea
una calamidad a la hora de defender el área chica. Una
parcela que le corresponde dominar a él. Y que es, sin duda,
la primera cualidad que ha de exhibir un portero. Todos los
fallos del portero madridista, según los plumillas
deportivos más famosos de los madriles, se debían a que la
modelo sevillana lo distraía hasta el punto de desquiciarle.
Y el idilio, por supuesto, terminó. El mito, es decir,
Casillas, tras romper con Eva González, en vez de mejorar en
las salidas del marco y en el juego con los pies, siguió
sumido en un mar de confusiones. Dudas y fallos que se les
achacaron entonces a sus compañero de la defensa. Hasta que
apareció Ana Medinabeitia. Que ocupó el lugar de la
presentadora de “Se llama copla”. Y ahora, como el muchacho
ha tomado por novia a Sara Carbonero, mucho me temo
que ésta será la que termine pagando los vidrios rotos de
las malas actuaciones de un portero mediocre, convertido en
ídolo de masas por una ristra de periodistas tiernos. Eso
sí, como nos echen del Mundial por una cantada del portero
carismático, sus admiradores deberían reconocer que no son
sus novias las culpables, sino que el muchacho es un bluff.
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