Es lo más alto a lo que puede
aspirar un estudiante, y algo que no llega caído del cielo,
sino que para lograrlo hay que reunir, en uno solo, unas
dotes extraordinarias de inteligencia y además unas ganas de
trabajar, que no es lo que más se lleva en el mundo que nos
rodea.
El pasado jueves fue para mí uno de los días más gratos, el
más, en mi dilatada carrera docente, de tan sólo 41 años “
sin dejar la tiza”. Ese día, precisamente, evaluábamos a un
curso al que ya he citado en más de una ocasión aquí, mi 2º
D. Primero había preocupación por ver cuantos dejaban de ir
a la selectividad y digo, dejaban de ir, porque estaba claro
que la mayor parte van a ir.
Era el último curso de segundo al que calificábamos, todos
los demás estaban ya evaluados y la realidad de este curso
es que dejó “en pañales” a todos los demás, aun siendo muy
buenos.
Era posible, por el número de alumnos del “Siete Colinas”,
poder conceder hasta siete matrículas de honor. En algún
curso de los ya evaluados habían quedado claras dos, las
otras cinco ..., no hubo dudas, las cinco por sus
calificaciones fueron para 2º D.
Para mí fue una auténtica satisfacción. Todos ellos habían
sido mis alumnos, tres de ellos en Latín y los otros dos en
Latín y Griego.
Era la mejor recompensa que puede tener un buen estudiante,
pero también es un honor que asume muy gustoso un
catedrático, ya veterano, pero con años por delante,
todavía.
Tras recibir el viernes las notas, llegó la fiesta, primero
la imposición de las bandas, algo que cada día se extiende
más y que sirve de satisfacción, casi, más a los padres que
a los propios alumnos. Tras las bandas eso que yo les repito
tantas veces:” el jolgorio”.
Ahora, en unos tiempos que corren, en los que a base de
tijeretazos y chapuzas parece que vamos haciendo más
complicado todo lo que nos rodea, el haber tenido la
satisfacción de haber convivido, durante dos cursos, muchas
horas, cada semana, con estos chavales, no puedo por menos
de sentirme un privilegiado.
La enseñanza acarrea dificultades, pero también muchas
satisfacciones, en ambas partes, en docentes y en discentes.
Como helenista debo hacer mía la idea de Sócrates, un
maestro excelente, que jamás habló de maestro y discípulos,
él hablaba de amigos y ese es el término correcto, amigos
unidos por un amor común que se manifiesta en el deseo de
saber. Y no otra cosa quiero que vean en mí, mis alumnos, un
amigo, y un amigo de verdad, amistad que se puede llevar a
la perfección a cabo cuando tienes la suerte de estar
alejado de “jíbaros”, “cacilbas” y otros grupos que, a
veces, merodean lo que se sigue llamando centros de
formación.
Si todas las despedidas son tristes, para mí la despedida de
2º D lo es mucho más, aunque me queda la satisfacción de que
todos ellos salen del “Siete Colinas” por la puerta grande y
con honor, además de que cinco de ellos, también, han
logrado su merecida Matrícula de Honor. ¡¡Ah!! Y los cinco
han estudiado Latín, por si acaso, todavía, hay alguien que
piensa que eso está desfasado o fuera de contexto.
No debe de estar muy fuera de contexto cuando, de todos los
cursos y todos los alumnos de segundo, pertenecientes a este
centro, cinco, con el Latín a cuestas han logrado una
Matrícula de Honor cada uno. Es lo que hay, al menos aquí y
de ello me siento realmente satisfecho. Ya sólo me quedan
cuatro palabras para despedirme de ellos:” Suerte chavales,
la merecéis”.
|