Si fuera banquero, la gente diría
que yo le he venido gratificando muchas veces con la
posesión de ciertas virtudes con la esperanza de que sabría
producir los fondos a él encargados por mí. De la misma
manera que si fuera alcalde me tacharían de haberle
destacado buenas cualidades para hacerme merecedor de
prebendas. Pero Fernando Jover nunca ha sido banquero
y tampoco alcalde. Aunque lo segundo es una aspiración que
siempre ha tenido en mente. Y que imagino que con el paso de
los años habrá ido cediendo. Por más que en sueños se vea en
ocasiones ejerciendo de monterilla en cualquier rincón
perdido, cuando se jubile. Nunca es tarde...
A Fernando Jover Cao de Benos de Les (apellidos que he dicho
siempre que parecen salidos de los interiores de un
castillo) le he tratado siempre de la mejor manera posible.
Y no me pregunten por las razones que he tenido. Ya que me
sería imposible dar ni una respuesta válida para justificar
ese buen trato que le he dispensado durante tantos años.
A Fernando Jover Cao de Benos de Les -¡menudos apellidos
para lucir un generalato! Otra de sus pasiones- le conozco
yo hace ya la tira de tiempo. De cuando él creía que era
capaz de llevarse a la gente de calle. Y que ello le valdría
para convertirse en un político de fuste. Pero tuvo la mala
suerte de que los votantes nunca se dieron cuenta de su
valía.
Con FJ me lo he pasado yo la mar de bien cuando visitaba el
famoso ‘Rincón’ de la barra del Hotel La Muralla. Dado que
el catedrático de Matemáticas de Enseñanza Secundaria era
siempre de conversación animada y chispeante. Es decir, que
sacaba matricula de honor como dicharachero. Y, desde luego,
debo resaltar que FJ cumplía con el punto más importante
recogido en los estatutos de la tertulia: “Antes de irse
pagar”. Cumplía, además, con largueza. Lo cual le daba
derecho, de cuando en cuando, a decir las cuatro guasas que
le hubieran sido reprochadas, por ejemplo, a los que jamás
pagaban. Que eran varios y ocupaban cargos importantes en
aquella Ceuta de cuando principiaba la década de los
ochenta.
No obstante, o sea, a pesar de que a mí me agradaba
sobremanera estar presente en la tertulia cuando FJ se salía
de madre y, no pudiendo hablar en román paladino, se ponía
irónico, burlesco y sarcástico, hasta que alguien respondía
acordándose de los muertos de Quevedo, nunca mis
relaciones con FJ fueron de amistad. Sino que se mantuvieron
flotando en una zona de nadie y carente de consistencia como
para que el estado de conocidos hubiera ido progresando
hasta concluir en una buena amistad.
De hecho, cuando el GIL llegó a la ciudad y FJ, con todo el
derecho del mundo, decidió apoyar a los ‘gilistas’ en todos
los sentidos, por estar convencido de que era la mejor
solución para los intereses de esta tierra a la que tanto
quiere, nuestra relación como conocidos se fue diluyendo;
debido a que mis escritos contrarios al GIL no le hacían a
él ni pizca de gracia.
Menos mal que, cuando lo del GIL acabó como acabó, Fernando
y yo recuperamos nuevamente la conversación. Ahora, sin
embargo, tengo la impresión de que el Director Asociado de
la UNED de Ceuta ha vuelto a creer que yo le tengo manía. Y
lo primero que ha hecho es ponerme cara de estreñido. Y le
sienta fatal.
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