Son siempre la mano en la que uno
se apoya, cuando llega a un territorio del que no se conoce
la lengua.
Recuerdo la primera vez y casi la última que tuve que
recurrir a un intérprete, nada más poner pie, en Alemania, y
a la misma puerta del lugar donde me alojé unos pocos días.
Era necesario, yo diría que imprescindible, para mí, en
aquel momento.
Y era imprescindible, porque, a duras penas, en aquel
instante, yo era capaz de dar los buenos días o las buenas
noches en alemán.
A partir de aquí, no me quedaba otra alternativa, había que
aprender a manejarse por uno mismo, cosa que logré hacer.
Esto que comento es normal, pero lo que no es normal y entra
en el capítulo de la paranoia, o del sainete, según se mire,
es que en tu mismo país, tus propios conciudadanos y en el
Congreso de los Diputados, por aquello de la gilipollez de
hacer valer, lo que debiera valer por sí solo, pretenden no
entenderse en lo que están hablando y recurran a los
intérpretes.
No tengo datos a mano, en este instante, para afirmarlo
tajantemente, pero ese hecho, de hace muy pocos días, es la
afrenta más grande que se ha hecho a nuestra lengua, a la de
todos los españoles, en un organismo que debiera ser el
“santa santorum” de la unidad, la concordia y el intento de
entendimiento de todos los pueblos que constituyen el Estado
Español.
No sé de quien partió la primera idea de hacer uso, aquí, de
los intérpretes, pero desde el primero, hasta el último que
llevaron a cabo esta felonía contra nuestra propia lengua,
podemos tildarlos de mentecatos y majaderos en grado sumo.
Me parece fatal que en cualquier parte del territorio
español no tenga preferencia la Lengua Española, pero me
parece una acción totalmente irreverente que haya llegado
ese ultraje a nuestra lengua en el Congreso de los
Diputados.
Y para más INRI, que en esta época de recortes, tijeretazos
y demás chapuzas, precisamente en donde tienen que “poner
orden” los padres de la patria, tiren la casa por la ventana
y toleren unos gastos extra, otros más, de varios miles de
euros, para pagar a esos intérpretes.
Y más de uno, aunque rechinando los dientes de cabreo, tiene
que estar “descojonándose” de risa, al comprobar, por
ejemplo, que Chaves, quien fue muchos años presidente de la
Junta de Andalucía, tenga que intercambiar palabras, a
través de un intérprete, con Montilla, un andaluz asentado
en Cataluña. “Manda huevos” que diría alguien, desde el
propio Congreso de los Diputados.
Estamos en el siglo XXI, bien entrado ya en él, queremos
presumir de un país moderno y solidario, pero mira por
donde, en lo más básico, parece que hemos entrado en los
negros días de Puerto Hurraco, por ejemplo, o de otras
partes en las que predominaría la “España cañí”.
Incomprensible.
Mirando estas situaciones y viendo hasta donde se puede
llegar en el “lugar de trabajo” de los padres de la patria,
no es extraño que, de los Pirineos para arriba, o del
Estrecho de Gibraltar para abajo, nos tilden de payasos (
con todo el respeto para los payasos) de la política de la
globalización.
Es la “rehostia” que, por ejemplo, dos andaluces se tengan
que enterar uno de lo que dice o quiere decir el otro,
gracias a unos intérpretes, y que conste que de estos dos
andaluces, por ejemplo, ninguno de ellos es de Lepe, por lo
que de chiste nada, pero la realidad llega a superar a la
propia ficción de los chistes de Lepe.
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