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OPINIÓN - SÁBADO, 29 DE MAYO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

El miedo es libre
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El jueves tuve la oportunidad de saludar a Conchita Íñiguez. Y ella, con la espontaneidad que le caracteriza, me puso al tanto de que había estado con su marido, que es Pedro Gordillo, unos días en Murcia. Visitando a los niños. Y que habían disfrutado muchísimo de la estancia en tierras murcianas.

A mí me alegra que Conchita y Pedro, en cuanto me ven, que son pocas veces, me demuestren la simpatía que dicen tenerme. Y hasta me sienta bien que me recuerden que esa simpatía lleva consigo un porcentaje grande de afecto. Y debo decir también, que, cuando hablo con ellos se me viene a la memoria, inmediatamente, lo poco que te quiere la gente cuando las cosas te van mal.

Y me dan unas ganas locas de preguntarles si ellos han pasado por ese trance tan amargo de los desaires recibidos por parte de las personas que antes se les ofrecían hasta para limpiarles el... cuarto de estar. Pero me contengo. Pues tampoco es conveniente hurgar en una herida que lleva todas las trazas de estar en un proceso de cicatrización avanzado.

Eso sí, cualquier día, cuando se nos presente la oportunidad de compartir nuevamente unos minutos de cháchara, tendré a bien contarle a ambos lo mucho que ha cambiado la tertulia a la que Pedro asistía cada dos por tres. En la que cuando llegaba era recibido con el alborozo consiguiente. Y en la que los había deseando ser comisionados, si así se hubiera decidido, para llevarle bajo palio desde el Ayuntamiento a la sala de estar del hotel.

En esa tertulia hemos quedado algunos de los que compartíamos el aperitivo con él y nos permitía verle en su salsa. Y, por tal motivo, se le podían decir verdades como puños. Y que Gordillo aceptaba de muy buen grado. A pesar de que se le achacara estar en posesión de mucho poder. Y de que siempre saliera a relucir que había que cuidarse muchísimo de sus salidas de tono.

En esa tertulia de la cual hablo, con sede en un establecimiento céntrico, los ha habido que han dado muestras evidentes de ser personas de poco fiar. Aunque, lógicamente, tengo todo el derecho del mundo a reservarme sus nombres. Ya que el miedo es libre. Personas que en la época de esplendor de Gordillo le tiraban de la levita a cada paso y hasta repetían sin parar lo de a mandar don Pedro que para eso estamos... Y, desde que ocurrió lo que ocurrió, han dado en la manía de cambiar sus costumbres radicalmente. Y hasta tengo entendido que han estado a punto de cambiarse de nombres.

Y a veces, cuando llego a mi cita en el sitio de marras, pienso en que puede que haya infinidad de lugares en la tierra en los que se recomienda la discreción, pero no sé si con tan alarmante vehemencia como en éste; como si el vecino de al lado fuera el más peligroso espía y delator, en un estado de permanente alerta social. Y lo primero que se me ocurre es reírme.

Y lo hago, Pedro, porque es la mejor manera para no desertar de un establecimiento donde hay empleados a los que les tengo el afecto debido. Mas creo que antes o después dejaré de frecuentar un lugar que, desde que tú perdiste la condición de político poderoso, se ha convertido en sitio donde la gente antes de expresarse mira hacia los lados con el miedo pegado a los talones. En fin, que aprovechando el haber hallado a Conchita el jueves pasado y habiendo sabido que estás bien, he decido anticiparte algo.
 

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