Don José Antonio se levantó siguiendo el ritual de cada
mañana. Se lavó la cara, se hizo el desayuno y encendió el
ordenador para leer los periódicos del día. Mientras tanto,
sobre la mesa reposaba su manual de alta política, ese
–piensa él– que tienen todos esos políticos a los que la
historia reconocerá como estadistas. Y del que no se aparta.
Ni física ni espiritualmente. Porque espíritu, Don José
Antonio, tiene mucho. Y motivos no le faltan. En el manual,
nuestro protagonista encuentra todo aquello que necesita. Y
esta vez no iba a ser una excepción.
Cogió el libro y comenzó a pensar. En la prensa la gran
noticia del día era el recorte del salario de funcionarios
(entre el 0,56 y el 7%, con una media del 5%) y altos cargos
(entre un 8% para un director general, un 10% para un
secretario de Estado y un 15% para el presidente y sus
ministros). Relacionó la noticia con su Gobierno, ese al que
quiere derribar, y mientras ojeaba el manual lo vio claro.
La estrategia sería la misma: desplazaría al portavoz
parlamentario para ser el centro de la atención mediática,
lo único que verdaderamente le importa. Y se quedó con los
datos que se ajustaban a su objetivo fundamental: dañar la
imagen del Gobierno de su ciudad. Y… “Ya está”, gritó.
Cogió, entonces, un papel y comenzó a escribir mientras
pensaba “y si eliminamos una consejería…, no, no, no, mejor
dos, no, ¿por qué no tres.?.. sí, sí, eso, y también altos
cargos y asesores… un 30% menos, no menos de la mitad…
¡Eso!”.
¡Eureka! Ya estaba. Don José Antonio, Don José, ya tenía las
claves para solucionar el problema de la economía de su
ciudad y de su país. Realizó una llamada para finalizar tan
prodigioso parto. No lo suele hacer, pero esta vez le era
imprescindible porque había que hacer números. La hizo, pero
que le conste al lector que Don José Antonio –no es
soberbia– no requiere de asistente alguno para tener felices
alumbramientos.
El manual le seguía dando instrucciones: debía olvidarse de
que el embrollo del recorte salarial lo había creado su
partido, además debía desterrar de su cabeza que el gobierno
de sus amores no había eliminado ni vicepresidentes, ni
ministros, ni secretarios de Estado, ni subsecretarios, ni
directores generales, ni subdirectores generales, ni
asesores ni otro personal de confianza. Debía olvidar que no
había habido recortes de cargos públicos ni en madrileños
ministerios ni en ningún otro edificio público del país.
Especialmente, y eso era muy importante, nuestro Don José
debía olvidar que las reducciones de cargos no alcanzaban
tampoco ni a delegaciones ni a subdelegaciones.
Del mismo modo –continuaba el extraordinario manual–, tenía
que hacer ver a la ciudadanía que carecía de importancia que
el Gobierno de su ciudad, cuya erosión había convertido en
su razón de ser, hubiera decidido reducir un 15% el salario
de todo el personal de confianza (desde el presidente y los
consejeros hasta el que cobra exactamente lo mismo que un
auxiliar administrativo, que ese es el salario también del
personal de confianza). Y tampoco importaba que el sueldo de
todos los cargos públicos y puestos de libre designación se
hubiera congelado en siete de los últimos nueve años. Y… Ya
estaba. Esto era todo lo que necesitaba saber. El parto
había terminado. La estrategia del día estaba en marcha,
pero Don José Antonio esta vez estaba más satisfecho que
nunca. Más incluso que cuando dio muestra de su condición de
estadista cuando encauzó hacia las faldas de su partido al
líder de un insignificante partido que había estado a punto
de ser declarado persona non grata por el parlamento de su
ciudad. Nadie lo comprendió, pero afortunadamente él sí se
dio cuenta. ¡Qué fantástica visión tuvo entonces Don José
Antonio! Lo habría hecho incluso sin la ayuda del manual.
Pero esta vez se había superado a sí mismo…
La estrategia como siempre se articularía por el único
procedimiento por el que actuaba nuestro protagonista: a
través de los medios de comunicación. Tan sólo quedaba
despejar una duda: ¿rueda de prensa o comunicado? Pero era
tal la belleza de su mágica creación que la respuesta era
obvia: “rueda de prensa”. Había que darle la relevancia que
requería. Y así lo hizo. Convocó la rueda de prensa y soltó
todo lo que se había aprendido. Todo había salido perfecto.
El plan de Don José continuaba su marcha y…con éxito.
El avezado lector se habrá dado cuenta de la importancia que
el manual de Don José exigía con respecto a los cargos de
confianza y sus salarios. La explicación es bien sencilla.
De entrada, el manual trataba de que no se recordara que un
secretario de Estado (con 80.000 euros de salario, es decir,
más que el presidente y aproximadamente un 30% más que un
consejero) fuera a ver reducido su sueldo un 10%, frente al
15% del Gobierno Local para todos sus cargos. Pero, sobre
todo, el libro mágico lo que pretendía mantener
perfectamente alejado del ojo público que a un asesor del
Gobierno de España no se le recortara nada más que el
porcentaje equivalente a su salario profesional. Eso y que,
desde luego, nadie se preguntara cuánto cobra un asesor. Y
es que, como adivinará, ese es el trabajo de nuestro insigne
personaje. De descubrirse podría ser vergonzante. Y es que
Don José Antonio gana 3.400 euros netos al mes, frente a los
poco más de 3.500 de un consejero. Pero la balanza ha
cambiado de lado, a nuestro protagonista en el recorte de
sueldo lo consideran funcionario –y no cargo– y ahora, tras
la reducción salarial, ganará unos cientos de euros más que
un consejero. Y unos 1.000 más que un asesor del Gobierno
rival.
Pero a Don José realmente, esto no le suponía ningún
problema: él –piensa– se merece esos 3.400 euros brutos,
como ahora se merece ganar más que un consejero. No en vano
su responsabilidad es mayor: él quiere cambiar para siempre
los destinos de su ciudad. ¿Habrá, acaso, algo más grande
que semejante empresa? “Y, además –zanjaba– una rebaja de mi
sueldo va a arreglar la crisis”. “No, como tampoco una
reducción de vicepresidentes, ministros, secretarios de
Estado, subsecretarios, directores generales, subdirectores
generales… ni asesores de delegaciones de Gobierno… Lo que
de verdad –razona Don José Antonio– arregla el déficit
público y la crisis económica es que el Gobierno de la
Ciudad gane menos que yo y que el presidente se cargue a
tres consejeros y cinco asesores”. Y es que “si no fuera por
este detalle Zapatero lo tendría todo controlado”, piensa
nuestro Don José, que se lamenta, aunque sabedor de que
triunfará en su noble propósito. Mientras tanto, toma
fuerzas y se prepara para otra dura jornada de trabajo… El
manual sigue en la mesilla de noche.
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