PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura
Melilla

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - MIÉRCOLES, 26 DE MAYO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los caballos que mueren en El Rocío
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Terminado El Rocío, uno espera que pronto nos diga el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil los caballos que han muerto porque el que va arriba (el jinete) es más burro que el de abajo, según dicen los expertos.

El año anterior, según estadísticas fiable, fueron 23 los caballos que murieron, sin contar con los que volvieron a sus cuadras para morirse por haber estado sometidos a un trato brutal. Faltos de cuidados, carentes de alimentos y deshitrados. Y, sobre todo, debido a que hay jinetes que se pasan horas y horas encima de su cabalgadura y exponen a éstas a un sol inclemente.

La primera y única vez que estuve en El Rocío, me di cuenta de cómo los nuevos ricos trataban por todos los medios de imitar a los señoritos. Una especie que, afortunadamente, se ha ido extinguiendo en una Andalucía donde sobraba el comportamiento de éstos. Aunque conviene decir, cuanto antes, que los señoritos, por más calaveras que fueran, amaban a los caballos y jamás hubieran consentido causarles daños irreversibles.

El año anterior, tuve la ocasión de exponerle a José Antonio García Ponferrada, tan aficionado al arte ecuestre, el drama de El Rocío. Y me respondió que la muerte de una veintena de caballos en una cita a la que suelen concurrir casi 100.000, es cantidad que entra dentro de los cálculos previstos por comportamientos de imbéciles que no saben lo que hacen. Respuesta que no me satisfizo.

Al Rocío yo quiero ir... Dicen los rocieros. A profesarle mi fe a la Blanca Paloma. Y, de paso, a divertirme y evadirme de los problemas diarios y a disfrutar de una vida de un fin de semana en pleno campo y de una casa donde me canten y me bailen y me doren la píldora si acaso soy un rico o bien político poderoso de cualquier provincia.

Y si se encarta, el nuevo rico o el poderoso político aceptarán la invitación de convertirse en jinete de un caballo bueno y noble, que le permitirá lucir palmito en esa romería de vanidades. Y, desde luego, su paseo sobre la montura será una carga más de las que causarán la muerte del animal. Sin que el improvisado jinete, tan altivo encima del caballo, se sienta culpable de estar participando en su muerte.

La muerte de los caballos por malos tratos en el Rocío, debería causar un malestar tan grande como para impedir que los caballos sean tenidos como parte principal de una fiesta tan mariana. A mí, al menos, me produce náuseas comprobar que los rocieros dan por bueno que en esa romería mueran tantos animales mientras los romeros piden fervorosamente ayuda a una Virgen a la que idolatran. Las plegarias, créanme, no tienen sentido.

Como tampoco tiene sentido, de ninguna de las maneras, que en tiempos de crisis haya políticos que se dejen ver en esa fiesta acompañado de un boato que pone a la gente de mala leche. Lo cual es axioma. Es decir, una verdad que no necesita demostración.

Pero que a mí, por estar en la calle y atento a oír los comentarios de los ciudadanos, me obliga a decirlo. Que es mejor que pasarlo por alto. En fin, que ojalá el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil nos diga muy pronto que en esta ocasión no hubo que lamentar la muerte de ningún caballo. Sería un milagro.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto