La vida en el Príncipe Alfonso transcurría ayer, 12 horas
después del último tiroteo, con la normalidad cotidiana en
un barrio donde la vida fluye entre cafetines, portales y el
ir y venir de jóvenes y hombres ociosos viendo el tiempo
pasar. Las calles interiores del Zoco, los alrededores del
famoso ‘Mojito’ configuran la principal arteria y punto de
encuentro para el contacto personal, para el saludo y para
las miradas desconfiadas, a veces amenazantes que sólo
quedan en simple pose para mostrar jerarquía de Macho Alfa
ante el visitante. Son los que imponen el respeto a falta de
la uniformidad de las Fuerzas de Seguridad, de paseo por
esas calles.
Reunión técnica de seguridad el lunes por la mañana,
reasignación de protocolos de actuación, según competencias.
La Policía Local en el barrio del Príncipe hará cumplir las
ordenanzas municipales en lo referente a venta ambulante,
tráfico y obras sin permisos..., La Policía Nacional hará la
parte de Seguridad Ciudadana y de orden público que le
confiere la Ley junto a su labor investigadora, y la Guardia
Civil, además de investigación, cumplirá con su labor de
control de tráfico en los accesos por carretera al barrio.
El martes, desde las 11’30 horas de la mañana, hasta las
15’00 horas, la Policía Local no callejeó por el Príncipe,
no veló porque la venta ambulante se produjera, no controló
los atascos en la calle San Daniel como consecuencia de que
la vía es de dos sentidos con sólo espacio para un vehículo
en la calzada. Y no evitó el atasco del autobús obturado en
esa calle que cruza de norte a sur al barrio. Tampoco dio
conocimiento que la parada del Bus al término de esa calle
está bloqueada por la presencia de seis contenedores de
basura. Como tampoco, en esas cuatro horas en las que estuvo
esta redacción en El Príncipe, nadie advirtió el permanente
ir y venir de carretillas de cemento, arena y ladrillo en
obras que no tienen pinta de estar regladas. La Local
mantiene agentes en el edificio Polifuncional y sólo se
observó al furgón de la UIR ladear el barrio por el Puente
del Quemadero después de permanecer unos minutos en la
subida lateral que rodea por uno de los flancos al nuevo
hospital. Un ‘zeta’ de la Local estuvo presente a la hora de
la salida del colegio del Reina Sofía para controlar el
tráfico.
Por su parte, El Cuerpo Nacional de Policía mantuvo el
servicio de dos unidades móviles de la UPR entre Príncipe
Alfonso, Felipe y Juan Carlos I. A las 13’30 horas se
desplegaron por los alrededores del Reina Sofía para estar
presentes en el delicado momento de la salida del colegio y
la llegada del autobús de la linea 8 por el Puente del
Quemadero. El dispositivo acabó pasadas las 15’00 horas.
Durante el tiempo que un equipo de esta redacción permaneció
en el barrio se comprobó la presencia de agentes de paisano
tanto del CNP como de la Guardia Civil.
Hasta aquí lo comprobado en el primer día posterior a la
reunión tecnica de seguridad.
Tiroteo, 12 horas después
Las gentes del barrio están acostumbradas y sucesos como los
acontecidos 12 horas antes [un tiroteo y un herido con 8
impactos de bala en las piernas] están muy superados. De
hecho, aunque habían comentarios, lo lógico es que a un
extraño nadie indique dato alguno. “No vi nada, me lo han
contado” es la respuesta más común.
En el Zoco la vida fluye como de costumbre, jóvenes y
hombres ven la vida pasar entre los cafetines y los
portales, o bien apoyados contra la pared. Cigarro tras otro
[los de la risa incluido], hablan bajito entre ellos y te
cruzas con miradas que denotan respeto y nobleza, pero
también con las que marcan el terreno, incluso amenazantes.
Son los Machos Alfa de lo que queda en el barrio. Las
mujeres marroquíes despliegan su vergel de verduras en las
aceras en la misma calle donde confluye la arteria principal
que llega al punto ‘cero’ de encuentro, el Zoco. Los coches
pasan a duras penas por San Daniel, cualquier acera es buena
para aparcar...encima de ella.
A horas de ‘cole’ se ven demasiados niños por la calle, no
parece adecuado. Es una rápida radiografía del Príncipe
Alfonso un barrio acostrumbrado a que el uniforme policial
no se mezcle con los vecinos por las calles rutinariamente,
cotidianamente. Para unos en el barrio, se trata de un logro
que favorece su mejor control del lugar, para otros [los
muchos, la mayoría] esconden su voz en alto por el temor de
pedir lo que sí solicitan en voz baja: “La policía debería
pasear normalmente por aquí, como por cualquier otro lugar
de la ciudad”.
Entienden que deben mostrar cierta sumisión porque les falta
la protección que tendría que imponer la autoridad. La
mayoría quiere a la Policía en el barrio.
Lógica aplastante
Los vecinos aplican una lógica aplastante: “Aquí sube cada
día el repartidor de correos, los repartidores del butano,
los trabajadores de algunas obras del Ayuntamiento, los
barrenderos... los servicios básicos funcionan diariamente,
pero echamos de menos que el Ayuntamiento nos ponga el
servicio de la Policía Local por el barrio y nos preguntamos
cuál es la causa ¿pueden más los incívicos?”, se pregunta un
veterano residente de la barriada, a la que ha visto crecer
sin control en los últimos veinte años “sin que nadie le
haya echado cuenta”, se queja.
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