Ceuta y Melilla son al día de hoy
una “patata caliente” tanto para el estado detentador de su
soberanía, España, como para el aspirante a poner pie en las
plazas, Marruecos. Máxime cuando dos nuevos actores en liza
contribuyen, bien a amortiguar las diferencias (la
globalización), bien a encresparlas llevando las aguas a su
molino: el terrorismo islamista travestido de salafismo
yihadista. Agente este último que podría, en un momento
dado, cortar la baraja poniendo a los pies de los caballos
los intereses hispano-marroquíes.
Por otro lado y pese a los discursos oficiales y mediáticos
(el de ayer en La Razón tiene su guasa), la realidad
demográfica es que Ceuta es una ciudad crecientemente
marroquinizada, en personas y en cultura: así, el mayor
crecimiento humano de Ceuta y Melilla procede del hinterland
marroquí, acogido a una abusiva interpretación de la Ley de
Extranjería con el callado beneplácito de las autoridades
españolas. ¿Quieren que hagamos números?. Es decir, estamos
hablando de ciudadanos españoles con documentación marroquí
que, en su momento, Rabat podrá reclamar como propios y con
ello el territorio, caso por ejemplo de devenir algún
conflicto social en ambas ciudades y que se vaya de las
manos. Así, los recientes sucesos en El Príncipe (recuerde
el lector que este escribano ya advirtió hace años de los
primeros signos de “kale borroca”) son un aviso más. También
se está dando una colusión operativa a doble banda entre el
narcotráfico y el islamismo radical. En síntesis, Ceuta
avanza hacia un modelo de ciudad islamista (no islámica)
bajo bandera española, una especie de navío corsario,
virtual Caballo de Troya en el flanco sur (el más inestable)
de la Unión Europea. Bajo esas hipotéticas condiciones, ¿nos
merece la pena seguir en Ceuta…?. Como adelanté hace diez
años, la evidencia ya estaba en la calle, cualquier militar
sabe que cuando una posición está tomada (y tanto Ceuta como
Melilla lo están) solo hay tres opciones: cargar
heroicamente a la bayoneta, replegarse/o retirarse, o pactar
un modus vivendi con el enemigo.
Efectivamente, los cascos históricos de Ceuta y Melilla
nunca fueron marroquíes (salvo si entendemos como tales las
expansiones imperialistas de almorávides y almohades… pero
en ese caso también Marruecos debería reclamar parte de la
Península hasta más allá del Tajo), no así su perímetro
exterior (Puertas del Campo en Ceuta), ex territorio de la
tribu de Anyera incorporado al perímetro defensivo de la
ciudad tras la Guerra de África (1859-1860) y el Tratado de
Paz de Wad-Ras. ¿Qué pasa, acaso no es vinculante para el
Marruecos actual o acaso es que el Reino Alauí no respeta lo
que firma…?. Ya en el plano inmediato, ¿qué hay de la
misteriosa carta de Zapatero a Mohamed VI…?. Porque, tras la
crisis abierta con la visita de los Reyes de España a Ceuta
y Melilla y la retirada unilateral de su embajador en
Madrid, Rabat dejó bien claro, clarísimo, que la vuelta del
mismo y las relaciones diplomáticas plenas solo serían
posibles si se habría un diálogo con España, algo así como
una célula de reflexión sobre sus plazas africanas, vamos
las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla. Más: años antes y
en mi presencia, el diplomático Máximo Cajal aseguró a
cualificados interlocutores marroquíes que Zapatero habría
dado luz verde a un “diálogo franco”. Por no hablar de la
letra pequeña de los Pactos de Barajas tras nuestra salida
del Sáhara Occidental… ¿Habrán éstos tenido que ver con la
polémica decisión de Fraga Iribarne de incluir en su famoso
Libro Blanco una cesión, progresiva, de Ceuta y Melilla a
Marruecos… Porque todos los hechos apuntan en esta
dirección. Yo solo levanto acta. Visto
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