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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE MAYO DE 2010

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

La generosidad de mi tía María
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Grazalema, en la actualidad con algo más de 2.000 habitantes, se encuentra localizada en un entorno geográfico de particular belleza, en la Serranía de Ronda. El pueblo, debido a la dificultad de comunicaciones que ha sufrido en el pasado y la precaria situación económica por la que ha atravesado durante los últimos tiempos, presenta en la actualidad el atractivo turístico de conservar casi en su total pureza el tipismo de un pueblo clásico andaluz. Las actuales vías de comunicación permiten el cómodo acceso a los visitantes… Otra circunstancia a señalar del pueblo y su comarca es su pasado histórico-cultural. Todos estos factores, en los que puede descansar el futuro de Grazalema, están basados en la conservación del conjunto urbano tal como se encuentra en la actualidad. Si se rompe su armonía, no podrá afrontar sin preocupaciones, su futuro.

Pero, su pasado, está lleno de alternativas. A mediados del siglo XVIII, se convierte en uno de los pueblos más ricos de la comarca, en base a su industria, su ganadería y su agricultura, manteniéndose en la misma situación, casi un siglo después.

Y es, precisamente, en este período, al final del mismo, cuando pierde su posición floreciente, produciéndose el ocaso por dos factores determinantes: la revolución industrial y la dificultad en las comunicaciones. En primer lugar, el desarrollo de la industria textil catalana, apoyada por fuertes inversiones y utilizando la maquinaria industrial más moderna de la época, fue un golpe capital para una industria como la grazalemeña, básicamente artesana y en la que los capitalistas locales no invirtieron en el momento adecuado. A este hecho se le unió el agravante de la localización de Grazalema, en una región con difíciles comunicaciones, lo que incidía tanto en los precios de costes de las materias primas que había que importar como en los precios de venta de los productos manufacturados. Por último, la pérdida de las colonias ultramarinas de 1898, que eran tradicionales consumidores de los productos grazalemeños. La salvación pudo estar en la construcción de un ferrocarril de vía estrecha para enlazar Grazalema con Jerez.

Las fábricas comenzaron a cerrar, resultando insuficiente la ganadería y la agricultura para mantener a la población del lugar. Esta situación se vio dramáticamente agravada por las sequías y la depresión que se dieron en la zona. La situación es angustiosa, recurriendo muchos vecinos a la mendicidad y el escaso trabajo que existía, lo realizaban a bajo jornal. La emigración es continua y en ese momento hay en el pueblo más de 400 casas en ruinas, pertenecientes a emigrantes.

La llegada del nuevo siglo sigue la misma línea anterior. Y la única solución es la emigración. Se produce un éxodo total.

En estas condiciones, como muchos ciudadanos más, el joven matrimonio formado por María y Salvador, se ve obligado a abandonar el pueblo. Eligen Argentina, posiblemente animados por otra hermana que se trasladó a California.

Mi tía María y su marido Salvador, ligeros de equipaje, se desplazaron a Cádiz, realizando un largo y penoso viaje en barco. Al no tener hijos en ese momento, se pudieron dedicar, una vez llegados a este hospitalario país, abierto a todos aquellos que iniciaron la aventura, a buscar un puesto de trabajo. Afortunadamente fueron dos: tanto la joven María como su compañero Salvador, se colocaron en un convento, ella como cocinera y él como cochero.

Con el transcurso de los años, del matrimonio nacieron cuatro hijos, tres chicas y un chico. Pero después de unos años en Argentina, algo no funcionó, y decidieron regresar a España, a su pueblo natal. Así que de nuevo en Grazalema, donde todavía el paro existía. Eran unos años antes de nuestra Guerra Civil.

Y, de nuevo, toca moverse. En este caso, Ceuta, sería el lugar de acogida. En nuestra ciudad se encontraba un hermano de mi tía María: Andrés, mi padre, que ya se encargó de transmitir a sus hermanos, que en Ceuta encontrarían un lugar de trabajo, precisamente en el mismo lugar donde se encontraba él, la fábrica de hielo, donde también acudieron sus hermanos Gabriel y Antonio. Este último, se retrasó en llegar, y trabajó a tiempo parcial, haciendo sustituciones. No quiso esperar y regresó a Grazalema, donde le sorprendió la Guerra Civil, siendo detenido y condenado a muerte, aunque se la conmutaron por cadena perpetua. (Historia recogida en este diario, con el título de “El Señorito de la camisa azul”).

A María le tocó vivir un episodio digno del mayor elogio. María era muy valiente, con un gran corazón, muy enérgica. De entrada, nuestra familia quedó rota, como consecuencia de la Guerra Civil. “Al comienzo del triste acontecimiento, Grazalema sufrió una represión muy intensa –finales del verano del 36-. Una primera fiebre de fusilamientos y asesinatos, dejó decenas de muertos. Fue la etapa más dura. Quince mujeres y un chico joven, fueron asesinados. Ellas, encerradas tres días en dependencias policiales y conducidas en un camión, recorrieron unos diez kilómetros y, elegido el lugar, fueron asesinadas. Al chico, que ayudó a cavar la fosa, también lo asesinaron. Entre esas mujeres, se encontraba nuestra tía Pepa y una hija que iba embarazada”.

La tía Pepa, vilmente asesinada, junto a su hija Isabel, dejó dos hijas. Dos chicas huérfanas. Pero surgió la tía María, llena de amor, y se hizo cargo de ellas. Con el valor que le caracterizaba, las incorporó a su prole, que ya eran cuatro. Las dos chicas crecieron a su sombra, compartiendo con sus primos una nueva familia. Estuvieron bajo la tutela de María, nuestra recordada tía, hasta que se casaron.
 

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