Grazalema, en la actualidad con
algo más de 2.000 habitantes, se encuentra localizada en un
entorno geográfico de particular belleza, en la Serranía de
Ronda. El pueblo, debido a la dificultad de comunicaciones
que ha sufrido en el pasado y la precaria situación
económica por la que ha atravesado durante los últimos
tiempos, presenta en la actualidad el atractivo turístico de
conservar casi en su total pureza el tipismo de un pueblo
clásico andaluz. Las actuales vías de comunicación permiten
el cómodo acceso a los visitantes… Otra circunstancia a
señalar del pueblo y su comarca es su pasado
histórico-cultural. Todos estos factores, en los que puede
descansar el futuro de Grazalema, están basados en la
conservación del conjunto urbano tal como se encuentra en la
actualidad. Si se rompe su armonía, no podrá afrontar sin
preocupaciones, su futuro.
Pero, su pasado, está lleno de alternativas. A mediados del
siglo XVIII, se convierte en uno de los pueblos más ricos de
la comarca, en base a su industria, su ganadería y su
agricultura, manteniéndose en la misma situación, casi un
siglo después.
Y es, precisamente, en este período, al final del mismo,
cuando pierde su posición floreciente, produciéndose el
ocaso por dos factores determinantes: la revolución
industrial y la dificultad en las comunicaciones. En primer
lugar, el desarrollo de la industria textil catalana,
apoyada por fuertes inversiones y utilizando la maquinaria
industrial más moderna de la época, fue un golpe capital
para una industria como la grazalemeña, básicamente artesana
y en la que los capitalistas locales no invirtieron en el
momento adecuado. A este hecho se le unió el agravante de la
localización de Grazalema, en una región con difíciles
comunicaciones, lo que incidía tanto en los precios de
costes de las materias primas que había que importar como en
los precios de venta de los productos manufacturados. Por
último, la pérdida de las colonias ultramarinas de 1898, que
eran tradicionales consumidores de los productos
grazalemeños. La salvación pudo estar en la construcción de
un ferrocarril de vía estrecha para enlazar Grazalema con
Jerez.
Las fábricas comenzaron a cerrar, resultando insuficiente la
ganadería y la agricultura para mantener a la población del
lugar. Esta situación se vio dramáticamente agravada por las
sequías y la depresión que se dieron en la zona. La
situación es angustiosa, recurriendo muchos vecinos a la
mendicidad y el escaso trabajo que existía, lo realizaban a
bajo jornal. La emigración es continua y en ese momento hay
en el pueblo más de 400 casas en ruinas, pertenecientes a
emigrantes.
La llegada del nuevo siglo sigue la misma línea anterior. Y
la única solución es la emigración. Se produce un éxodo
total.
En estas condiciones, como muchos ciudadanos más, el joven
matrimonio formado por María y Salvador, se ve obligado a
abandonar el pueblo. Eligen Argentina, posiblemente animados
por otra hermana que se trasladó a California.
Mi tía María y su marido Salvador, ligeros de equipaje, se
desplazaron a Cádiz, realizando un largo y penoso viaje en
barco. Al no tener hijos en ese momento, se pudieron
dedicar, una vez llegados a este hospitalario país, abierto
a todos aquellos que iniciaron la aventura, a buscar un
puesto de trabajo. Afortunadamente fueron dos: tanto la
joven María como su compañero Salvador, se colocaron en un
convento, ella como cocinera y él como cochero.
Con el transcurso de los años, del matrimonio nacieron
cuatro hijos, tres chicas y un chico. Pero después de unos
años en Argentina, algo no funcionó, y decidieron regresar a
España, a su pueblo natal. Así que de nuevo en Grazalema,
donde todavía el paro existía. Eran unos años antes de
nuestra Guerra Civil.
Y, de nuevo, toca moverse. En este caso, Ceuta, sería el
lugar de acogida. En nuestra ciudad se encontraba un hermano
de mi tía María: Andrés, mi padre, que ya se encargó de
transmitir a sus hermanos, que en Ceuta encontrarían un
lugar de trabajo, precisamente en el mismo lugar donde se
encontraba él, la fábrica de hielo, donde también acudieron
sus hermanos Gabriel y Antonio. Este último, se retrasó en
llegar, y trabajó a tiempo parcial, haciendo sustituciones.
No quiso esperar y regresó a Grazalema, donde le sorprendió
la Guerra Civil, siendo detenido y condenado a muerte,
aunque se la conmutaron por cadena perpetua. (Historia
recogida en este diario, con el título de “El Señorito de la
camisa azul”).
A María le tocó vivir un episodio digno del mayor elogio.
María era muy valiente, con un gran corazón, muy enérgica.
De entrada, nuestra familia quedó rota, como consecuencia de
la Guerra Civil. “Al comienzo del triste acontecimiento,
Grazalema sufrió una represión muy intensa –finales del
verano del 36-. Una primera fiebre de fusilamientos y
asesinatos, dejó decenas de muertos. Fue la etapa más dura.
Quince mujeres y un chico joven, fueron asesinados. Ellas,
encerradas tres días en dependencias policiales y conducidas
en un camión, recorrieron unos diez kilómetros y, elegido el
lugar, fueron asesinadas. Al chico, que ayudó a cavar la
fosa, también lo asesinaron. Entre esas mujeres, se
encontraba nuestra tía Pepa y una hija que iba embarazada”.
La tía Pepa, vilmente asesinada, junto a su hija Isabel,
dejó dos hijas. Dos chicas huérfanas. Pero surgió la tía
María, llena de amor, y se hizo cargo de ellas. Con el valor
que le caracterizaba, las incorporó a su prole, que ya eran
cuatro. Las dos chicas crecieron a su sombra, compartiendo
con sus primos una nueva familia. Estuvieron bajo la tutela
de María, nuestra recordada tía, hasta que se casaron.
|