Hablaba yo con un conocido en la
puerta de la caseta montada en la Tercera Feria de la
Construcción por Africana Contratas y Construcciones y ‘El
Pueblo de Ceuta’, cuando Juan Vivas paseaba por el
recinto ferial saludando a todos los que se acercaban a él
para estrecharle la mano efusivamente. Los había incluso que
corrían a su encuentro a fin de demostrarle que todo
esfuerzo era poco para poder cumplimentarle a esa hora vaga
del pasado mediodía sabatino.
Y el conocido, observador del espectáculo, me preguntó:
-¿Qué piensas viendo la pasión que despierta el presidente
de la Ciudad a su paso?
Y, rápidamente, le respondí: más que pensar en lo que dices
lo que se me viene a la memoria es la siguiente anécdota que
se le adjudica a El Gallo, que, como bien sabes, fue
un torero muy famoso. Así que paso a contártela:
-El Gallo acababa de terminar una faena brillante, y al
entrar en el callejón, un entusiasta le tendió la mano.
Rafael era un hombre muy cumplido, y al estrecharla, le
dijo, según era su costumbre: “¿Cómo está usted?” “¿La
familia, buena?”. Y así continuó hasta dar la vuelta al
ruedo, interesándose por la salud personal y de las familias
de todos y cada uno de los que ocupaban las barreras.
-O sea, que El Gallo era más cumplido que un luto
alicantino.
Pues sí... Pero ser cumplido hasta tales extremos, estimado
conocido, tiene la ventaja de poder quitarte a los moscones
de encima en un santiamén. Y Juan Vivas a medida que fue
ganando en popularidad entendió perfectamente que
preguntando a las primeras de cambio por la familia de
quienes le asediaban, era posible evitar de raíz las
consabidas peticiones tan molestas para los políticos.
Una táctica magnífica, que tampoco han desdeñado empresarios
muy avispados, quienes no pudiendo o no queriendo subirles
el sueldo a los mejores empleados, supieron en todo momento
halagarles y, sobre todo, manifestar interés por cuanto
pudiera afectar a sus familiares. Lo cual, créeme, si bien
no arregla el problema no cabe la menor duda de que produce
efectos balsámicos.
Hace años, yo tuve la ocasión de comprobar, durante Las
Fiestas Colombinas, la manera de actuar del alcalde de
Huelva, Pedro Rodríguez González. Y quedé admirado de
su dominio de la calle. De la lección magistral que daba
paseándola. Con una sencillez pasmosa. Como ese don
Tancredo que vencía al miedo quedándose quieto ante la
cara del toro.
Pedro Rodríguez no eludía ningún acercamiento de sus
vecinos. Más bien parecía buscar el contacto con ellos. Y
recuerdo que hasta recordaba los nombres de los parientes
más cercanos de muchos de ellos. Y, desde luego, con su
comportamiento dejaba a El Gallo en paños menores. Fue
entonces, cuando el alcalde de Huelva se atrevió a darle un
consejo a Juan Vivas; quien en aquel tiempo aún verdeaba en
menesteres de relaciones sociales: “Juan los votos se ganan
con los pobres, aunque el dinero de las campañas lo pongan
los ricos”.
Ahora, varios años después, me gustaría verles a ambos, es
decir, a Pedro y a Juan, luciendo palmito por El Rocío y
respondiendo a cada saludador: ¿Cómo está usted? ¿La
familia, buena? ¡Qué arte!
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