No soy muy dado a asistir a bodas,
bautizos o comuniones. Es más cuando tengo que acudir a
alguna de ellas trato, por todos los medios a mi alcance, de
poner alguna escusa para evitar estar presente en cualquiera
de los eventos antes mencionados.
Pero el pasada sábado, a pesar de todo lo comentado, sentí
una gran satisfacción al tener que asistir a la comunión de
Jaime Alonso Sánchez, un chaval al que desde muy pequeño le
tengo un gran cariño y, desde luego, no me hubiese perdonado
nunca no estar presente en ese acto. Porque el no haber
acudido, al mismo, hubiese sido como hacer una traición a
alguien, como es el caso, por el que uno siente un gran
cariño.
A Jaime le conocí nada más llega al mundo, por la amistad
que me une con sus padres, Carmita y Javi, a los que también
le profeso un gran afecto. Por todo ello, considero a Jaime
como algo mío.
Es más, en varias ocasiones, cuando hemos ido a ver al
Ceuta, todos me han preguntado si ese niño que llevaba de la
mano era mi nieto y nunca trate de desmentir a ninguno de
los que me preguntaba tal cosa. Quizás porque, en el fondo
de mí alma, así es como consideraba y considero a Jaime. Ya
les he dicho que lo considero algo mío.
Con Jaime mantengo conversaciones de “Pressing Cacht”, del
que es un entendido, conociendo los nombres de todos los
luchadores que participan en esos eventos y sabiendo, en
todo momento, quién es el campeón del mundo de cada
categoría o quién ha sido el que ha perdido la corona de
campeón.
Sus padres le regalaron, con motivo de su primera comunión,
algo que jamás podrá olvidar, un viaje a la Ciudad Condal
para presenciar dos encuentros, uno de liga y otra de la
Copa de Europa del equipo de sus amores, el Barça.
Conociéndole, como le conozco, se que disfruto al máximo, al
ver a sus ídolos sobre el terreno de juego, y lo que es más
importante para un gran aficionados, presenciar dos triunfos
del equipo de sus amores.
Quizás sea esto en lo único que Jaime y yo no estamos de
acuerdo, pues mientras él es seguidor del Barça, yo soy del
Madrid. Una diferencia que no interfiere, para nada, en el
gran cariño que siento por mí joven amigo. Entre otras cosa,
porque el fútbol es un deporte, y el deporte, guste o no,
sirve para unir más los lazos de amistad y cariño entre las
personas, aunque cada uno tenga sus preferencias, a la hora
de elegir su equipo favorito.
Sentado en el hotel Tryp, lugar de la celebración, se me
vino a la memoria una comparación entre las celebraciones de
hoy día y las de mí época. Y aunque dicen que las
comparaciones son odiosas, tengo que reconocer que la vida
ha cambiado tanto, que los años han pasado como un suspiro y
que de los trajes grises y el chocolate, cuando había
chocolate, a los trajes de hoy día y las celebraciones media
un abismo.
Lo que no ha cambiado, porque eso no puede cambiar, por
muchos años que pasen, a pesar de las diferencias de épocas,
es la ilusión que todos los niños, sean de la época que
sean, tienen ese día único, que no se volverá a repetir.
Felicidades, un beso y un abrazo, Jaime.
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