Cuando éramos adolescentes, íbamos
al cine y, a la salida, nos poseía una cierta mímesis del
héroe protagonista del filme: si era un duro, nos poníamos
duros, si era un frívolo jugábamos a ser frívolos, y así
sucesivamente, con la permeabilidad del que todavía no es
nada, ni nadie. Hoy sabemos que seguimos sin ser nada ni
nadie: la novedad está en saberlo. Saber que cualquier
manera de ser es una pantomima.
Salvador Pániker se expresa así en su ‘Cuaderno
Amarillo’, editado en el año 2000. Y dice más: “La ventaja
de tener suficientes años es que uno puede instalarse en
distintas etapas de su propia vida, sin reprimir ninguna”.
Dado que yo he cumplido ya suficientes años, lo mejor para
mí sería instalarme en la etapa más cómoda de mi existencia.
A verlas venir. A contar cuentos de tres al cuarto. A tratar
de no perturbar la tranquilidad de quienes nos mandan. Que
para eso estamos... Máxime cuando yo sé, desde hace ya mucho
tiempo, que todo es una farsa. Y hasta tengo el gusto de
conocer a más de un farsante.
Podría, si quisiera, trasladarme a la adolescencia y ponerme
a frivolizar en este espacio todos los días y fiestas de
guardar. Lo haría tras buscar con ahínco por todas las
televisiones a mi héroe de la prensa rosa y procuraría
imitarle de cabo a rabo. Y hasta estoy por asegurar que me
ganaría una clientela de aquí te espero.
Ya me lo propusieron una vez en un medio. Pero rechacé esa
actividad. Tal vez porque aún no quería admitir que
cualquier forma de ser es una pantomima. Y, desde luego,
porque todavía me faltaban bastantes años para darme el
gustazo de instalarme en la etapa de mi propia vida que me
diera la real gana.
Días atrás, me invitaron a una comida y hube de oír que hay
políticos que dicen que voy de hombre duro. Cuando hace
innumerables años que no veo películas en blanco y negro con
actores que mataban en un santiamén. Tipo Richard Widmark,
por ejemplo.
Pero esos mismos políticos que, cada dos por tres me pedían
que le bajara los humos al fulano que está siempre de turno
para buscarle las cosquillas al gobierno, ahora se lamentan
continuamente de mis bruscas opiniones. Se ponen lloricas. Y
hasta aprovechan cualquier momento blando de quien ellos
saben para pedir que yo deje de imitar a Gary Cooper
en ‘Solo ante el peligro’.
Y día llegará, pues quienes la siguen la consiguen, que se
dé el caso que yo decida escribir todos los días del cuento
del alfajor. Que me instale en esa edad donde las películas
románticas me hacían pensar que todo el mundo era bueno. Y
que al final triunfaba siempre el amor de la bella muchacha
con el galán que a su paso cautivaba a la parroquia sin
solución de continuidad.
Mas creo, tengo derecho a creerlo, que este espacio no
aguantaría mucho tiempo sometido a que yo me recreara en la
suerte de contar solamente las excelencias de quienes nos
gobiernan. Y, aunque yo ganaría en tranquilidad y nadie me
retiraría el saludo ni trataría de evitarme, doy por hecho
que bajaríamos muchos enteros en otros aspectos. Y, sobre
todo, los habría que empezarían a tomarse la revancha por
Dios sabe qué parte...
En fin, que este escrito hay que entenderlo. Y si ustedes no
lo entienden, la culpa es mía. Que a lo mejor me ha dado por
instalarme ya definitivamente en la vejez. Y a otra cosa,
mariposa.
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