Y siempre he considerado que esta
inmigración, ilegal, viene forzada por las penurias
económicas y sociales de sus territorios de origen y,
además, tratando de encontrar el Edén en Europa, que ahora,
menos que nunca, puede solucionar la papeleta, a esas
invasiones que se están acercando, desde hace varios años.
Poco a poco, se van dando cuenta de que no son los mejores
tiempos para llegar, en busca de fortuna, a Europa, y aunque
es cierto que las informaciones que han recibido en sus
tierras, de la permisividad que podrían encontrar aquí,
hacía de esto el paraíso, la realidad les va demostrando que
las cosas, aquí también, van cambiando, y que allí tienen
dificultades, muchas, pero aquí tampoco les van a faltar,
con el agravante de que aquí están fuera de su país.
Ahora mismo y cada día más, irán desistiendo de muchas de
sus reivindicaciones, especialmente aquellos que reclamaban
su salida hacia la península.
Veo que, tan sólo, han quedado siete inmigrantes congoleños
que, procedentes del CETI, reclaman su salida a la península
y que han estado acampados durante una semana, ante la
Comisaría.
La situación es dura, no me cabe la menor duda, pero quienes
entran y de las formas que han entrado, por la puerta falsa,
en un país, como el nuestro, no creo que sean los que más
puedan exigir derechos, o los derechos que ellos consideran
que les pertenecen.
La inmigración, lo sé por experiencia, es dura, pero una
inmigración controlada, en todos los sentidos, es mucho más
llevadera, para los inmigrantes y para quienes los reciben.
La inmigración clandestina, sin orden, sin control, sin
papeles y sin más que su llegada y su asentamiento en
cualquier lugar, crea problemas, lo primero para el
inmigrante y, de rebote, para el territorio que los acoge.
Hace menos de una semana, el Centro Zonal de Salvamento de
Tarifa Tráfico y el Servicio Marítimo de la Guardia Civil,
junto a Salvamar “Alkaid” y el Helimar Andalucía rescataron
a medio centenar de subsaharianos que viajaban, a la deriva,
en una patera.
Y si el problema es grande cuando se trata de personas
mayores, infinitamente mayor es ese problema, cuando en ese
“viaje a lo desconocido” llegan, también, menores. En este
caso los menores eran siete.
Ante esto, no hay quien se resista, hay que dar cobijo,
desde el primer momento, a esas criaturas, a las que sin
saber andar, sin haber conocido nada del mundo, se les mete
en una patera y luego:”Dios dirá”.
Los expertos en estos casos de inmigración clandestina,
especialmente, en el Estrecho, siguen sosteniendo que la
presión desde el lado marroquí sigue dándose, con lo que hay
gentes que, un día, llegaron a unas tierras, de ahí se les
fuerza a salir y la ruta que les queda, para bien o para
mal, es el mar.
Los que no llegan por mar, intentan llegar escondidos en lo
que sea y como sea, esto explica que la Guardia Civil
sorprenda cada semana entre cinco y diez subsaharianos
ocultos en camiones.
Y no me extraña este intento, porque para lograr sus
objetivos tienen que hacer lo “auténticamente imposible”, y
dentro de ese imposible, por si uno es capaz de colarse,
arriesgan en lo que sea, mal en los bajos de un camión, pero
peor será en una patera a la deriva.
Esto, también, entra en la parte del mundo de la
globalización en que vivimos.
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