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OPINIÓN - LUNES, 10 DE MAYO DE 2010

 
OPINIÓN

Reforma laboral ya

Por Juan E. Iranzo*


Acabamos de conocer los últimos datos de paro que nos muestran los estragos que está causando esta crisis, puesto que al no ajustarse la productividad por salarios lo hace por cantidades, alcanzando ya un 20,05% de desempleados, lo que supone un total de 4.612.700 parados

en nuestro país, lo que nos indica que se debe de producir una reforma laboral de inmediato. Es por ello, que desde distintas organizaciones empresariales se siga pidiendo, de manera urgente, esta reforma.

Pero tras varios meses de negociaciones entre el Gobierno, sindicatos y patronal, aún no se ha llegado a un acuerdo en firme. Así que esta semana Corbacho ha amenazado con lanzar un decretazo.

Pero hay que destacar que en este diálogo social, deben tratar en profundidad la flexibilización del mercado de trabajo, desjudicializando y liberalizando la intervención administrativa en los procedimientos de ajuste de plantillas.

Asimismo, se debe sensibilizar la negociación colectiva respecto a la coyuntura, para que los ajustes sean vía precios en vez de vía cantidades. Además, tenemos un gran problema en las empresas: el absentismo laboral.

A pesar de haberse reducido, desde el comienzo de la crisis se deberían introducir mecanismos de control e incentivos que lo redujesen aún más.

Otras cuestiones importantes son la movilidad geográfica, que habría que incentivar, así como impulsar la cualificación y especialización de los trabajadores con arreglo a las exigencias de los avances tecnológicos y los cambios en la estructura productiva de la economía.

Dentro de la situación que estamos viviendo, debería fomentarse la Formación Profesional y formar a desempleados, especialmente de la construcción, por ser el sector más afectado, para cubrir nuevos puestos en otras áreas, así como la formación de los empleados de las empresas para ser más competitivas y competentes.

Las carencias de formación se traducen en serias limitaciones que impiden la necesaria adaptación de las empresas a demandas cambiantes y retraen su capacidad de innovación y creación de valor añadido, cuestiones esenciales para una competitividad más sólida.

La reforma del mercado de trabajo debería también priorizar la supresión de la brecha existente con relación a los costes de despido, ya que esta dualidad, derivada del alto grado de proteccionismo de los trabajadores con mayor tiempo de permanencia en las empresas, sigue dificultando el ajuste entre la oferta y la demanda de trabajo, insensibilizando el mismo respecto a la coyuntura.

En este sentido, la corrección en el mercado se ha realizado de forma notablemente asimétrica, al producirse por la vía del despido de los trabajadores temporales a un coste prácticamente nulo. Los altos costes de despido de los trabajadores más antiguos condicionan las nuevas contrataciones; distorsionan las decisiones relacionadas con la movilidad geográfica e interempresarial de los más veteranos; dificultan el acceso al mercado de los colectivos más representativos en la contratación temporal, como son las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes.

Además, estos elevados costes desaniman a los empresarios a incrementar la capacidad productiva y contratar más personal, de modo que, cuando se produce una expansión de la demanda, prefieren elevar los precios antes que la producción.

Todos los analistas estamos de acuerdo en que habría que flexibilizar el mercado empezando por eliminar la distinción contractual entre trabajadores temporales y fijos, estableciendo un contrato de tipo universal cuyas indemnizaciones por despido se acotasen en torno a los 20 días por año trabajado.

Y ante la falta de ideas reformistas, el Gobierno apela por la importación del modelo alemán de trabajo reducido. Pero hay que mencionar que esta medida no fue diseñada como fórmula anticrisis, ya que forma parte de la política de empleo alemana desde la posguerra mundial y, por lo tanto, el objetivo de la misma no es contrarrestar el paro cíclico, sino evitar los costes de transacción asociados a la búsqueda y contratación de fuerza laboral ante determinadas contingencias de carácter temporal que pueden afectar al tejido productivo.

En España, su aplicación resultaría del todo ineficiente, ya que el agotamiento del modelo productivo imposibilitaría la reabsorción de todo el empleo destruido por parte de la actividad constructora, además de que el coste de oportunidad de los recursos públicos destinados a mantener el empleo artificial derivado de esta medida resultaría, en esta etapa del ciclo, muy elevado.

Respecto al modelo austriaco de indemnización, nos parece adecuado, puesto que reduce el coste para la empresa en época de crisis y favorece la movilidad del trabajador. Pero para su aplicación habría que eliminar la indemnización por despido, ya que en caso contrario incrementaría los costes laborales y, por tanto, el paro. Si se llevasen a cabo estas reformas laborales, España podría iniciar una senda de crecimiento. Son muchas las reformas a llevar a cabo, pero una cosa está muy clara: la reforma del mercado laboral es una tarea inaplazable en el tiempo.

* Director general del Instituto de Estudios Económicos.
 

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