Haciendo limpieza de cajones, que
ya me tocaba, voy deteniendo mi mirada en notas que se han
ido acumulando y que procedo a enviar a la papelera, no sin
antes leerlas. Y hay una, que no recuerdo de dónde la
extraje, que reza así:
-En una comedia de Lope de Vega aparece un filósofo
horaciano que alaba la vida retirada, pero continúa
residiendo en la corte. Alega, para justificar su
contradicción, que en los lugares pequeños no se puede ser
libre, dado que el vecindario observa maliciosamente todos
los actos e intenciones. Por eso, él prefiere vivir en lugar
donde pueda pasar inadvertido. Una conclusión que, a cuatro
siglos de distancia, todavía suscribirían muchos españoles,
al menos los que sienten que en lugares pequeños y
vecindades cerradas subsisten hábitos inquisitoriales, y la
gente propende a entrometerse en la vida del prójimo. Para
que se vea cuánto arraigó la Inquisición.
La energía humana necesita un escape, un empleo; no puede
estar reprimida, y en los sitios pequeños hace presa en las
cosas pequeñas, insignificantes –porque no hay otras-, y las
agranda, las deforma, las multiplica... He aquí el secreto
de lo que podríamos llamar hipertrofia de los sucesos...
Dice Antonio Azorín, personaje principal de ‘La
voluntad’. Novela escrita por José Martínez Ruiz,
quien luego adoptaría el apellido Azorín como seudónimo.
Ceuta es, lo he dicho muchas veces, una ciudad pequeña con
problemas de urbe grande. Pero, por la limitado de su
territorio, los prejuicios cristalizan con una dureza
extraordinaria, las pasiones pequeñas se suceden a cada
paso, y el que dirán está a la orden del día. Y, desde
luego, todo se termina sabiendo. En Ceuta, el vivir se
siente. Para bien y para mal.
En reuniones que suelo frecuentar se ha hablado esta semana
de que hay personas que se están aprovechando de sus cargos
para aumentar su cuenta corriente con el mayor descaro. Son
tachados de venales. Y sus nombres salen a relucir. Y a mí,
acostumbrado ya a esta clase de acusaciones locales, sólo se
me ocurre decir que sin pruebas no me parece de recibo
seguir largando. Y, por supuesto, me guardo muy bien de dar
ningún parecer que se salga de mi modo de pensar.
El político a quien se coja metiendo la mano en la caja, y
sin esperar a que los jueces digan la última palabra, lo
primero que ha de hacer es dejar el cargo por decisión
propia. Y si ofrece resistencia, deberá ser destituido
inmediatamente. De lo contrario, cada día habrá más personas
dispuestas a participar de una corrupción que está socavando
los cimientos de la democracia. De modo que no podemos
extrañarnos de lo que decían las encuestas del C.I.S. al
respecto: “Que una de las mayores preocupaciones de los
españoles es el comportamiento general de la clase
política”.
Y los ciudadanos saben, además, que los corruptos para
protegerse procuran por todos los medios hacer partícipes de
sus fechorías a otros. De modo que hay pringados que están
haciendo muchas trastadas, porque están convencidos de que
cuentan con protección en las alturas. Pagos de silencios a
quienes no se cansan de propalar que si ellos hablaran...
Resumiendo: que he puesto en cuarentena lo que me han
contado esta semana sobre casos de corrupción. Que es la
mejor manera de proceder cuando escasean las pruebas.
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