Veo en la televisión y luego leo
en la prensa escrita que el domador y empresario de circo,
Ángel Cristo, ha fallecido.
Lo extraño es que haya vivido tanto, con la vida y los
avatares que ha tenido en los últimos años, pero está claro
que su valentía y su valía dentro de las jaulas, con
animales tan fieros como los que él dominaba, le han dado
fuerza y vigor para esquivar, durante mucho tiempo, la
muerte que venía de frente en su búsqueda.
Siempre, cuando se hace una reseña, sobre un hombre de
valía, tras haber muerto, se acostumbra a ensalzar sus
verdaderos valores y en Ángel Cristo, no cabe duda que, los
había, pero va a ser uno de los personajes que no va a poder
tener una reseña completa de loas y alabanzas, por esos
claro-oscuros, más oscuros que claros, que mostró en lo más
íntimo de su familia.
Y creo que él que sabía controlar y someter a sus leones, no
se supo someter y controlar a sí mismo, cuando estaba en su
propia casa.
La familia, que en nuestra sociedad, es lo que más vale,
para él estuvo minusvalorada, y a partir de ahí, empezaron
los pasos atrás, a partir de ahí ese gran empresario que
podía haber sido, ese domador con mayúsculas, ese hombre
querido por toda la gran familia del circo, comenzó a perder
terreno, dejó de ser hombre de confianza y en muy pocos años
su circo, un circo, que llegó a tener más de 300 personas
trabajando para él, se arruinó.
Todavía recuerdo como, hace tres o cuatro años, quedaban
restos de ese circo de Ángel Cristo, en un descampado, junto
a la nacional 630, entre Almendralejo y Mérida.
Eran unos pocos restos, dos o tres trozos de camiones que ya
no servían para nada, unas lonas y los carteles, ya
descoloridos, de lo que había sido el circo, con más color
de nuestro país.
Era joven todavía, no había cumplido los 66 años de edad,
pero su aspecto demacrado y roto no le ponía ni siquiera
edad, podía ser esa de los 65 o 66 años, podía ser otra
superior, acaso inferior, su imagen no cuadraba con el
tiempo, en nada, porque ya no era la imagen, ni la sombra de
lo que fue.
Su oficio, uno de los más complicados que podemos imaginar
sobre la tierra, le dio fama, incluso en algún momento
dinero, pero también muchos sinsabores, por los frecuentes
accidentes que tuvo con sus animales, eran gajes del oficio.
Uno de ellos fue muy serio, en 1980, cuando uno de sus
leones le produjo varias heridas, cosa que le envalentonó
más, así como otros varios en 1982. Eran los percances de un
hombre arriesgado, que, incluso, dicen los entendidos,
arriesgaba más de lo que se puede hacer en ese trabajo.
Pero eso, lo solventaba él siempre, a la perfección. De esos
peligros sabía salir, sin embargo de lo que nunca supo salir
fue del tormento que se creaba con su vida privada, que le
llevó a actuar, más de una vez, como un simple macarra.
Un paro cardíaco, en el Hospital Universitario de Alcorcón,
a los 65 años, terminó con un hombre del circo, que sólo
sabía vivir ahí, porque ahí nació, ahí se crió, ahí triunfó
y ahí se arruinó.
Es una pena, que un hombre famoso, un fenomenal domador que
llevaba más de 40 años en su profesión, en la que había sido
admirado, al final de sus horas, los más cercanos a él no
hayan estado a su lado, totalmente.
Hoy, en España, el circo significa muy poco, pero lo que
queda, estoy seguro de que recordará a Ángel Cristo.
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