Dice mi maestro del alma, el
doctor Deepak Chopra, de cuyos sabios consejos bebo ansiosa
para potenciar mi neuroplasticidad cerebral, que mientras
mantengamos nuestra capacidad de aprendizaje y de sorpresa
nos mantendremos jóvenes. Entonces supongo que, en
determinadas profesiones, en las que no quedan más huevos
que estar en contacto directo con el dolor ajeno y encima no
crear callos en el alma sino desarrollar la empatía, en esas
profesiones nunca pasaremos de una madurescencia o madura
adolescencia.
Es decir, la curiosidad, la capacidad de sorprenderse y
conmoverse y el entusiasmo de los más jóvenes salpimentado
por lo mucho vivido y apencado por quienes pasamos de las
fechas del DNI y nos guiamos por el día y el año marcados
por el corazón. ¿Qué murmuran con mirar de vicuñas
estrábicas? ¿Qué si les voy a ofrecer algunos de mis
inventos caseros anti-aging cardiosaludables? Pues no, el
tema va de corazón y de capacidad de emocionarse y de un
joven marroquí preso desde hace casi dos años en una cárcel
andaluza, Rachid el I. un camarero de poco más de veinte
años acusado de asesinato ¡tomen ya!. En ese largo periodo
había sido visitado una vez por un abogado, hasta que entró
en su módulo el tangerino Rachid N. un hombre bueno, un
amigo entrañable de Marbella y la suerte del joven cambió. Y
yo he recibido una lección impagable defendiendo a este
camarero rifeño, como servidora, que nos puso hace pocas
fechas firmes a Juan Antonio Roca y a mí en el locutorio de
abogados. Una visita en la que llamé a mi compadre Juan
Antonio para comentarle un tema y al rifeño para darle
noticias de su asunto “Mira hijo, no han encontrado el ADN
del muerto en tu ropa, ni el arma del crimen, ni tienen más
pruebas que suposiciones porque el difunto te debía veinte
euros y en las ropas del fallecido no puede comprobarse si
existe tu ADN porque las han perdido, así que o aparecen las
ropas o pido nulidad”. En el pequeño cubículo acristalado se
sentaban Roca y Rachid, porque con los dos puedo hablar al
tiempo ya que ninguno tiene nada que ocultar y encima son
amigos y encima Juan Antonio es para los presos como el
bálsamo de fierabrás, a todos ayuda, a todos atiende y a
todos anima con bromas comparando su triste situación con la
de ellos. Roca animaba al rifeño “Amigo, ya estás en la
calle, tu confía!” Rachid nos miró con gesto serio “ He
estado dos años aquí. Sin ver a nadie. Soy un camarero y con
mi sueldo ayudo a mis padres en Alhoceimas. Nunca he tenido
para pagar a un buen abogado. Yo sé que es más fácil
“echarle la culpa al moro” y todos los del módulo me lo
decían “Estás arruinado” pero yo todo los días rezaba y
rezaba a Dios y le decía “Dios, ayúdame…” y no me importaba
que pasaran los meses, yo no me cansaba de rezar a Dios y de
pedirle que me ayudara y entonces, un día, llegó a mi módulo
Rachid de Marbella y aquí estoy…Dios me escuchó” Juan
Antonio miraba fijamente al joven, extendió la mano y le
apretó el hombro con fuerza, con esa fuerza que da la fe, la
convicción de que, el buen Dios, escribe derecho con
renglones torcidos y con la certeza de que, a los creyentes,
nos ha tocado la lotería del Universo. Y es que, el amor a
Dios, la confianza total en que está y va a aparecer, nos
hace echarle huevos al cada día y aunque a veces parezca que
no esperamos nada, somos por nuestra fe, el corazón mismo de
la esperanza.
Esta escribidora, hoy se siente una teenager, una jovencita
que, aunque peine canas teñidas, siente la emoción y la
ilusión de quienes empiezan el camino y el ansia de aprender
de seres humanos como Rachid de Alhoceimas, mi defendido. Y
defenderle me hace sentir una persona muy principal. Si
ustedes son creyentes sabrán el por qué.
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