Prima el tema de conversación
sobre el partido entre la Asociación Deportiva Ceuta y la
Unión Deportiva Melilla. A mí se me pregunta por lo ocurrido
el domingo pasado entre ambos equipos y respondo lo
siguiente: llevo ya mucho tiempo sin ir al Murube. Así que
ofrezco silencio. Y me reservo el derecho a decir las causas
por las cuales decidí un día desertar de esa tribuna a la
cual acudía con deseos de ver el espectáculo sin tener que
dar explicaciones de lo que sucedía en el terreno de juego.
Mis conocimientos del equipo local, por tanto, se basan en
los partidos vistos a través de la televisión local. Medio
limitado y que me impide exponer argumentos suficientes
acerca de por qué el equipo no ha conseguido actuar acorde
con sus aspiraciones, por más que se haya conformado una
plantilla que ha costado mucho dinero.
Sería absurdo, pues, que me pusiera a criticar los
planteamientos del entrenador. A pesar de que las cámaras de
los campos visitados me hayan proporcionado imágenes que
bien podrían ser usadas como pruebas irrefutables de errores
cometidos por los dos entrenadores de que ha dispuesto la
ADC durante la temporada. Por ejemplo: aún conservo en la
memoria los fallos garrafales de situación que se dieron en
Écija.
Ahora bien, lo que nadie puede evitar es que yo opine que la
directiva de la ADC carece de personalidad suficiente para
dirigir los destinos de un club señero. Un club que, en
tiempos tan difíciles, ofrece buenos contratos y además los
cumple. La directiva de la ADC comete errores de bulto.
Verbigracia: contrata a un secretario técnico que no está en
su lugar de trabajo, después de haber dicho que se pasaría
mucho tiempo viviendo en Ceuta. Y, por si fuera poco, ficha
jugadores repetidos y otros que terminan haciendo de
ojeadores. Y es así, sin duda, porque disparan con pólvora
ajena.
Vivir en Ceuta, como futbolista o entrenador, es un placer.
Algo que nunca entendió Carlos Orúe. De haberse dado cuenta
de semejante privilegio, no me cabe la menor duda de que el
técnico jerezano habría salido mejor parado y el equipo
también. José Diego Pastelero parece que tampoco se
ha percatado del asunto. Y, claro, se junta el hambre con
las ganas de comer. Es decir, una directiva plana que es
incapaz de transmitir ilusiones. Y entrenadores que llegan
sin ser capaces tan siquiera de conocer la historia de
Ceuta. Que es lo menos que se les puede pedir a quienes
llegan a cualquier ciudad.
Menos mal que esta temporada la directiva ha tenido la
suerte de que alguien perteneciente al Polideportivo Ejido,
quizá por sentirse mal pagado o despreciado, decidiera pegar
el chivatazo de una alineación indebida, haciendo posible
que la ADC cuente con todas las posibilidades del mundo para
jugar ese play off que tenía más que perdido. Lo lamentable
sería que no lo consiguiera. Aun así, bien haría la
directiva en ir pensando en la despedida. Es decir, en darse
el bote. La afición lo pide a gritos.
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