Se denominaba en España farándula a la profesión que
desempeñaban los farsantes o comediantes y en general, el
ambiente relacionado con ellos Los faranduleros, o cómicos,
personas que representaban comedias por los pueblos, eran
calificados de habladores, trapaceros que tiraban a engañar.
Su estilo de vida era bastante bohemio e irregular, no
recomendable para las personas que se consideraban decentes.
Podíamos decir que la sociedad admiraba sus interpretaciones
teatrales; pero desdeñaba su forma de vida.
Su versión actualizada parece corresponder a la que forman
las gentes que llamamos artistas, a los que los inventos de
la técnica les facilitan la difusión de sus actuaciones por
medios tan diversos e interesantes como el cine, la T.V., la
radio… además del permanente teatro. Lo que ha cambiado de
ellos es fundamentalmente, la enorme propagación de sus
interpretaciones y la correspondiente popularidad que
refuerzan con la inclusión de su vida privada en las
revistas y medios de comunicación. Su privacidad, otrora
oculta, aparece ahora con detalles precisos. Y hay que
reconocer que en general y salvo contadísimas excepciones,
sus hábitos son bastantes similares a los de otros tiempos.
Sin embargo, la normalización de estas situaciones ha hecho
que las aceptemos como algo natural, susceptible de imitar.
Incluso se aprovecha la popularidad que adquieren los
famosos, como una fórmula publicitaria de apoyo a ideas y
comportamientos. Habrá que recordar que, hoy como siempre,
el hecho de ser artistas no les legitima como intelectuales,
pensadores o líderes de opinión y mucho menos como maestros
en ética y dictadores de normas. Lo apreciable de los
faranduleros era su admirable arte, que hacía sentir
sensaciones fantásticas, siempre irreales; pero no así sus
criterios y conductas. El hecho de que éstos traten de
cubrirse ahora con el paño etéreo del progresismo, no nos
debe hacer equivocarnos hasta el punto de no saber
distinguir lo uno de lo otro, y aceptarlo todo como
igualmente bueno.
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