Después de lo que estoy viviendo,
sólo Dios me puede conceder algo mejor. Es la respuesta de
Antonio Benítez Bautista a mi pregunta, cuando le
sorprendo sentado a una mesa del comedor del Hotel Tryp,
rodeado de todos los suyos. Los suyos llenan el comedor y
viven jubilosos la alegría del patriarca.
Tres horas antes, en la nueva sede del Instituto Nacional y
Tesorería General, se le había impuesto la Medalla del
Mérito al Trabajo en su categoría de oro a ABB. Como premio
a una vida laboral intensa, ejemplar y destacada, comenzada
desde el preciso instante en el cual llegó a Ceuta
procedente de su lugar de nacimiento: Gaucín (Málaga).
Antonio Benítez Bautista ha cumplido 89 años. Y está tan
lúcido como para darse cuenta de lo que significa. Y la
alegría de saberlo, por muchos esfuerzos que él haga para
contener ese prurito de recrearse en la suerte de sus
aciertos, se le nota a la legua. Aunque no es menos cierto
también que en un suspiro es capaz de retorcerle el cuello a
la vanidad excesiva y se vuelve hermético. Temeroso quizá de
que algunos de los suyos vean en él un atisbo de presunción.
Los suyos son un montón. Así me lo dice una de sus nietas:
joven y atractiva, a quien le pido que me aclare la cantidad
de personas que forman parte de la familia del empresario
galardonado. Y la nieta, orgullosa de su abuelo, me dice que
tome nota: tiene mi abuelo cuatro biznietos, once nietos,
cinco hijos varones y ha venido disfrutando de la compañía
de catorce hermanos. Mi abuelo está viviendo un momento
cumbre. Créame, Manolo.
El abuelo de una nieta tan atractiva, se ha ganado el premio
que le ha otorgado el Gobierno porque ha sido un excelente
empresario y una persona que ha sabido respetar a sus
empleados. Son palabras sentidas de quien lleva muchísimos
años trabajando en ‘La Esmeralda’: joyería que forma parte
del encanto de la ciudad. Esa joyería, la de ABB, me trae a
mí recuerdos imborrables; debido a que yo me sigo preciando
de haber frecuentado la amistad de Eduardo Hernández.
Persona a la que tanto afecto profesó en su momento el
hombre que ha sido homenajeado.
Eduardo Hernández fue el anterior propietario de ‘La
Esmeralda’: joyería que se ha convertido en un
establecimiento clásico. Clásico es lo que no se puede
mejorar. Y referirse a ella además, es decir, a ‘La
Esmeralda’, es hablar de Ceuta sin tener que nombrarla.
Sí, ya sé que hay quienes no gustan de leer tantos
ditirambos adjudicados a una persona. Por el mero hecho de
ser éste un empresario a quien la suerte le ha acompañado.
Pero la suerte en este caso ha sido, sin duda, obtenida por
el esfuerzo desmedido de un hombre que llegó a Ceuta, en los
años 30, con una mano detrás y otra delante. Tieso como una
mojama y dispuesto a trabajar en lo que fuere para mitigar
el hambre que traían ya consigo todos los componentes de su
familia. Don Antonio, así nominado por los ceutíes cuando se
cruzan con él por la calle, ha leído su nota de
agradecimiento por el premio y ha manifestado que a partir
de ahora todo lo que venga será un regalo. Pero el regalo,
el mayor que una persona puede desear, lo ha tenido don
Antonio al presidir una mesa en la cual estaba rodeado por
todos los suyos: cuatro biznietos, once nietos, cinco hijos,
y mujeres todas dispuestas a seguir aumentando la familia.
Enhorabuena, don Antonio.
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