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OPINIÓN - JUEVES, 29 DE ABRIL DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

La cosa está que arde
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Los siete años y meses transcurridos entre la muerte de Franco y el fallido Golpe de Estado de Tejero lo vivimos los españoles, incluso los más desinformados, convencidos de que en cualquier momento podría armarse un lío monumental. Se palpaba en el ambiente el temor a que las desavenencias políticas entre bandos pudieran acabar, como tantas veces, a tiro.

En ese período de tiempo, que yo viví en distintas ciudades y de manera intensa, había dos clases de políticos: los franquistas, que habían hecho carrera en el régimen, y que concentraban en sus manos todo el poder, y frente a ellos, los liberales o demócratas, o sea, la oposición, los recién salidos de las cloacas de la clandestinidad.

Los primeros seguían deshaciéndose en elogios hacia el muerto. Mientras sus caras se contraían en un puchero y, a renglón seguido, comenzaban a disparatar contra unos rojos que, según ellos, venían dispuestos, otra vez, a provocarlos. Los segundos, en cambio, se jactaban de haberse embriagado hasta las cachas con champán nada más enterarse de que el dictador la había diñado. Y prometían, además, que iban a cambiar España de arriba abajo.

Aquellos chicos de izquierdas, inconfundibles por su vestimenta, la tan recordada trenca y las camisas de franela de cuadros, unidos a los señores mayores que procedían del destierro, con ternos grises y mal cortados, coincidían en lo siguiente: querían mandar cuanto antes y hacerlo enarbolando una bandera republicana.

De modo que la gente se percató bien pronto de que dos bandos irreconciliables, derechas e izquierdas, durante cuarenta años de la dictadura, estaban decididos a volver a las andadas: a pelear a muerte por el poder; los unos para conservarlo y los otros para conquistarlo. Y el canguelo volvió a ser la nota predominante.

Flotaba en el ambiente un tufillo a vuelta otra vez con lo mismo. Nadie quería líos. Pero los fantasmas del pasado se dejaban ver a cada paso como más que posibles urdidores de otro gran conflicto. En suma: que el pueblo español no las tenía todas consigo. Menos mal que en esta ocasión tuvieron a bien intervenir las fuerzas que todo lo pueden: los amos del dinero. De modo que los americanos, la banca y las multinacionales principiaron a poner paz y concordia entre dos bandos que estaban en plan amenazante. Y a la chita callando movieron los hilos, entre bastidores, para que las marionetas rojas o azules, se dieran cuenta de que sólo les cabía una solución: ponerse de acuerdo con el fin de que ambas partes consiguieran sus objetivos y, de paso, evitar otro baño de sangre.

Así, y aunque en ambos lados los había renuentes a que prevalecieran los acuerdos -no conviene olvidar las cosas que se decían Carrillo y Fraga-, en octubre de 1977 se hizo realidad la famosa ley de amnistía. Fue un día emocionante y en el cual parecía que los odios cedían paso a la racionalidad y a la razón. Pero todavía quedaban los últimos coletazos de una época donde todos vivíamos en vilo. El coletazo lo dio Tejero. Pues bien, nuevamente, y aprovechando lo de Garzón y los derechos que tienen los españoles a descubrir el lugar donde están enterrados sus muertos de una guerra incivil y darles digna sepultura, las trifulcas se vienen sucediendo. Y España se pone otra vez peligrosa. Cainita. Y, por si fuera poco, encima nos dicen que hay ya casi cinco millones de parados. Lo cual invita a cavilar.
 

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