Cultivar la tierra es tan antiguo
como el hombre, enhebra su cultura inherente a los buenos
fondos y formas, al conjunto de técnicas y sabidurías que
exige el campo o tierra de labranza. Sin duda, el desarrollo
agrícola es esencial, –siempre lo ha sido-, si el mundo
quiere progresar de manera significativa y de modo
sostenible. Desde luego, no hay otra forma de liberar a los
miles de millones de seres humanos sumidos en la pobreza y
en la inseguridad alimentaria. Tantas veces hemos
infravalorado este sector primario, esencial para las
necesidades vitales de las personas, que las consecuencias
que se derivan de esta indiferencia, ya están repercutiendo
en la vida, en la salud y en el equilibrio ecológico del
planeta. Ahí están los múltiples retos, globalizados y
globalizadores, el cambio climático, el avance en la
conversión de residuos agrícolas y otros materiales
orgánicos en combustibles y otros productos, como progreso
de la bioenergía, y las limitaciones de los recursos
naturales. No en vano, cada vida, cada sociedad, tiene el
derecho a vivir de los frutos de la tierra y el deber de
labrarla en justo uso, que no en abuso, como tantas veces
sucede. El campo también está siendo víctima de problemas
morales, que habría que erradicar de inmediato. Un claro
ejemplo, la cultura del consumismo irracional, del
desperdicio continuo y permanente, que practican los países
del mundo desarrollado, convertido en un estilo de vida
popular, que tiene que cesar.
Europa debe decir ¡basta!, máxime teniendo en cuenta que la
agricultura europea es un sector clave de nuestra economía.
Dicho esto, considero una esperanzadora noticia que la Unión
Europea abra un nuevo debate público sobre su política
agrícola, lo que parece va a ser el preludio de una
importante reforma en 2013. El llamamiento de la Comisaría
de Agricultura y Desarrollo Rural, advirtiendo que la
Política Agrícola Común es para toda la sociedad, no sólo
para los agricultores, en la medida que afecta a muchos de
los problemas actuales, debe cuando menos hacernos
reflexionar. A veces nos falta tiempo para pensar, pero
hemos de buscarlo, porque las ideas compartidas son más
enriquecedoras. Todas las gentes del planeta tienen una
responsabilidad cooperada en algo tan significativo como el
sector agrícola, motor esencial para garantizar alimentos
suficientes a sus ciudadanos. Por desgracia, en el mundo hay
más artefactos que maquinaria agrícola. Evidentemente, no le
demos al mundo armas, porque las utilizará, y se volverán
contra nosotros. Mejor prioricemos la vitalidad del campo,
su cultivo de manera racional y eficiente, pongamos en valor
el sector agroalimentario tan incomprensiblemente castigado
en ocasiones. No se puede obviar que la actividad agrícola,
aparte de ser un generador de empleo, es también una fuente
de las energías renovables que a todos nos interesa
potenciar.
No tiene sentido, pues, que la política agrícola común (PAC)
europea se haya convertido en una cuestión exclusiva de
expertos. Por cierto, una encuesta reciente del
Eurobarómetro muestra que la mayoría de los europeos no
saben realmente lo que es. Ahora nos dicen que esta
tendencia se va a invertir. Nunca es tarde si la dicha es
buena. Ciertamente estas políticas hay que discutirlas todos
con todos. Ya se sabe que es mejor debatir una cuestión sin
resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla como ha
sucedido en la mayoría de las ocasiones con el PAC. Hay que
poner oído a las reacciones y pensamientos de los
agricultores y los profesionales y también de las
asociaciones de protección del medio ambiente, consumidores
y grupos de bienestar animal, de todos los que trabajan en
el sector de la seguridad alimentaria, del desarrollo
sostenible y rural… Las preguntas no son baladíes: ¿Por qué
necesitamos una Política Agrícola Común europea y qué nos
mueve a reforzarla? ¿Cómo aglutinar los objetivos de la
sociedad con la diversidad agrícola? ¿Qué herramientas se
necesitan para la política agrícola común del futuro?...
Cada uno de estos interrogantes plantea a su vez otras
incógnitas y otras cuestiones, lo que subraya la importancia
de escuchar con atención la pluralidad de razonamientos de
los afectados, que al final como ya dije somos todos.
Por otra parte, creo que la familia rural, en su conjunto
del mundo mundial, necesita recuperar su legítimo lugar en
el corazón del orden social. El lecho de la consideración no
es de rosas, más bien es un campo de batallas endémico
totalmente absurdo y arcaico. En casi todos los países, a
las gentes del campo se les sigue castigando con peores
servicios sociales y falta de infraestructuras. Multitud de
caminos intransitables aumentan los costes de producción
agrícola porque no llega transporte público alguno. El
enfoque de género todavía no ha llegado al sector agrícola.
Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) acaba de lanzar un
llamamiento para disponer de datos fiables sobre hombres y
mujeres agricultores para un desarrollo rural más eficaz.
Con demasiada frecuencia, asimismo, los agricultores de las
naciones en vías de desarrollo, son explotados y su
producción se desvía hacia mercados lejanos, con poco o
ningún beneficio económico para la propia comunidad local.
Aún la historia reciente agrícola sigue marcada por un
diluvio de injusticias sociales. Los salarios agrícolas son
de los más bajos. Las grandes posesiones rurales apenas se
cultivan, están más bien baldías para especular con ellas,
cuando lo que deberían incrementar es su producción agrícola
para responder a la escasez de alimentos de personas que no
tienen tierras o, si las tienen, son demasiado pequeñas.
Todo esto genera multitud de conflictos y violencias que
deberíamos atajar. Tampoco Europa está a salvo de estos
desmanes. Sin duda, toda la especie humana debería pensar
más en el imprescindible mundo agrícola, en su gestión y en
la valía de sus cultivadores, porque son la fuente misma de
la comida en nuestros platos.
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