Es un placer recorrer todas las ciudades y pueblos de la
geografía nacional y comprobar el impulso recibido, en los
últimos años, en lo que a urbanización y ornamentación se
refiere. La competencia electoral para las alcaldías ha sido
el artífice de esta maravilla y también nuestro dinero.
A manera de réplica, como para contrarrestar en lo posible
tanto encanto, es frecuente encontrar dibujos, rúbricas y
pintadas sobre paredes, puertas y suelos que tratan de dar
protagonismo a quien las ha realizado. Es este un movimiento
internacional con voluntad de arte y a la vez de protesta
que cuando no es convenientemente canalizado, se convierte
en violencia por lo desagradable y destructivo.
En algunos países han dado cauce a este movimiento
proporcionando los lienzos idóneos a esta actividad. Así,
muros y cercas de construcción han sido especialmente
ofrecidos para ello. Es frecuente ver en Estados Unidos o
Inglaterra trenes de corto recorrido, completamente pintados
en su exterior por este tipo de adorno urbano. Se cumple así
una doble función: dar salida a tan fogosos vocación
pictórica y a la vez mejorar espacios condenados
temporalmente a la fealdad.
Pero desgraciadamente lo habitual suele ser utilizar, con un
nulo valor estético, superficies recién pintadas o
monumentos recién inaugurados, a manera de reto y conquista.
Pintar en sitios previamente establecidos no tiene valor
para estos clandestinos artistas. Hay que transgredir para
que la cosa tenga “morbo”. Esa es la gran satisfacción.
Esta satisfacción no es compartida, naturalmente, por los
vecinos de un inmueble que se han esforzado económicamente
por embellecer su fachada, ni por el comerciante que ha
restaurado recientemente su negocio o en general por el
ciudadano que ve emborronados sus impuestos de forma
absurda. Naturalmente en ellos surge la pregunta ¿Tan
difícil es localizar a estos agresores de la estética?
Desgraciadamente, cuando los métodos de prevención fallan, y
en este caso sería la educación cívica impartida en las casa
y en los colegios, y la persuasión de la autoridad no es
suficiente, no hay más remedio que recurrir a la Ley que ese
es su cometido. La Ley Orgánica 5/2000 Reguladora de la
Responsabilidad del Menor prevé “La realización de tareas
socio-educativas consistentes en que el menor lleve a cabo
actividades específicas de contenido educativo que faciliten
la reinserción social”. Entre las posibles tareas, sugiero
una: Obligar a los que han realizado estas prácticas
socialmente inadecuadas, a ser incluidos los fines de
semana, en grupos de limpieza municipales ocupados en el
adecentamiento y limpieza de las zonas afectadas por sus
impulsos pictóricos. Así podrían comprobar la magnitud de
sus desmanes, aprender técnicas de lavado de pinturas y a
valorar el coste de la restauración que han de sufragar los
sufridos ciudadanos.
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