Caballa. El diccionario, en su
segunda acepción, nos dice que es un adjetivo coloquial
usado para referirse al español de Ceuta. Caballa es un
término popular del que los ceutíes han presumido toda la
vida. Hasta el extremo de pronunciarlo con más devoción que
el gentilicio ceutí.
El término ceutí puede englobarlo todo: al nacido aquí y el
que, en consecuencia, ejerce como tal, aunque su partida de
nacimiento se haya expedido en otro lugar. Pero el vocablo
caballa significa otra cosa muy distinta. Puede que hasta
sea el certificado que acredita ser genuino del lugar. Una
marca de garantía que distingue a las personas como
castizas, populares, amantes de las cosas de su tierra. Lo
cual significa en exclusiva otra cosa distinta.
El caballa, para serlo, de verdad de la buena, debe sentir
por las cosas típicas de la ciudad una pasión acentuada. Lo
cual entra dentro de las normas no escritas que existen para
merecer esa consideración y poder jactarse de ella. Pero de
no ser así, tampoco ser ceutí a seca es moco de pavo.
Ser y sentirse caballa es, por ejemplo, más o menos lo que
ocurre con el gadita en Cádiz, el cañaílla en San Fernando o
el chicharrero en Santa Cruz de Tenerife. Ciudadanos que
viven intensamente el folclore local. Personas amantes de
los carnavales, de la Semana Santa y de todas celebraciones
habidas y por haber en su pueblo. Incluso hacen del
microclima reinante en el espacio en el cual habitan motivo
de distinción. Porque ya hay que tener ganas de loar al
viento de levante en la capital gaditana.
El caballa auténtico tiene la sensación de estar impregnado
de los mejores aires de su tierra. Y, de vez en cuando, mira
a su alrededor y cree que las tradiciones de su pueblo están
perdiendo vigor y una nostalgia furibunda se apodera de él.
Y es cuando su recelo le cambia el carácter y le hace perder
las formas.
El caballa auténtico, que es fe que no puede profesar
cualquiera, anda mosqueado. Y sus razones posee cuando dice
que las palabras tienen su historia y, por tanto, no se las
puede adjudicar nadie.
Por tal motivo, el caballa auténtico sigue sin entender, y
mucho menos digerir, que dos formaciones políticas
decidieran en su momento apropiarse de un término ‘sagrado’
para convertirlo en la seña de identidad de una coalición
formada por partidos minoritarios. Cuando el ser caballa,
como el ser cañaílla, chicharrero o gadita, es marca
registrada y merecedora de respeto por lo que significa.
Insisto: las palabras, como dice el profesor Payán
Sotomayor, tienen su historia, es verdad, pero una vez
en pleno rendimiento nos quedamos con la significación que
convencionalmente le hemos adjudicado.
Y caballa, sin duda, ha sido siempre el término ideal para
definir al ceutí castizo. Y para mí, por más que los haya
dispuestos, estando en su derecho, a llevarme la contraria,
el vocablo ha sido usurpado. Y a partir de ahora su valor
principiará a menguar en todos los sentidos. Y verán
ustedes, sobre todo los más observadores, como se irá
pronunciando cada vez menos lo de ser caballa para resaltar
que se es español de Ceuta, castizo y amante de sus
tradiciones.
De momento, en el último Debate del Estado de la Ciudad
pudimos comprobar que el vocablo caballa ha empezado a
devaluarse.
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