La Guardia Civil se las ve diariamente con los inmigrantes
ilegales que pululan por los alrededores de la zona
portuaria en busca de una oportunidad para ‘colarse’ en el
interior y encaramarse bien a un camión, bien a un buque
para alcanzar su objetivo de llegar a las costas de la
Europa continental. El permanente ‘juego de las carreras’
entre la Benemérita y los ilegales se sustentan en no pocas
ocasiones con el sonido de múltiples salvas (disparos con
balas de fogueo) para tratar de amedrentar a los que se
escabullen por las escolleras hacia el dique de poniente. A
los habituales argelinos y asiáticos, se les une ahora los
subsaharianos.
Incapaces de evitar que los inmigrantes se aproximen, a
través de las escolleras de poniente, a las vallas
instaladas a lo largo de todo el dique y, por tanto, el
consiguiente intento de acceso a zona portuaria, la Guardia
Civil debe emplearse casi a diario, con la colaboración de
la policía portuaria, para disuadir a los ilegales.
Los agentes de la Benemérita deben responder con el sonido
de sus armas, cargadas de balas de fogueo, para intentar
acogotar a los numerosos inmigrantes que, escondidos entre
los grandes bloques de la larga escollera, procuran
acercarse lo más posible a la zona de Hércules saluda la
entrada y salida de los buques. Eso en uno de los flancos
donde la presión es evidente. El otro punto se sitúa en las
proximidades de la zona de preembarque, camiones
fundamentalmente. Cualquier resquicio o posibilidad es
válida para estos individuos que intentan desesperadamente
alcanzar, como sea, las costas de la Europa continental. Es
la versión más cruda de una inmigración a la que las puertas
no les suponen obstáculo.
El Puerto adopta sus medidas de seguridad, que son notables.
La Policía Portuaria patrulla constantemente las zonas de
mayor presión. Obstáculos construidos con vallas de
extraordinaria altura y sistemas de videovigilancia en los
lugares más estratégicos para un mayor control mantienen el
interior del puerto libre de la presencia de irregulares.
Pero afuera, tras las vallas, en las cercanías de las obras
de ampliación de muelle de Poniente y en las abruptas
escolleras, la presencia es notable.
Los ilegales que alcanzan su objetivo juegan al ratón y al
gato con las fuerzas de seguridad. Algunos de ellos se
chotean literalmente de los agentes, a los que, en un juego
del absurdo, retan para que les puedan coger.
EL PUEBLO ha sido testigo de choteos de este calibre. Los
inmigrantes conocen que las Fuerzas de Seguridad no se
emplean con dureza y ello les sirve para insistir de manera
permanente. Pese a todo, los agentes cumplen -a veces con
descorazonamiento- con un trabajo que no produce resultados.
“De vez en cuando hacemos una redada importante, pero esto
no sirve de nada”, comenta un ya desesperado miembro de
seguridad que se las tiene que ver diariamente con este
“estúpido juego” que resulta en ocasiones peligroso.
En zona portuaria, los agentes tratan no sin esfuerzo de
controlar una masa de irregulares que bien por la zona de
embarques, bien por las escolleras tratan de ganar “lo que
ellos consideran su libertad”. Se trata de una labor
callada, apenas reconocida pero que sirve para que el pulmón
económico de Ceuta pueda respirar aliviado.
“¿Cómo se permite que se puedan acercar tanto al puerto?”,
se pregunta un camionero que certifica que “ahora se ven
también negros que miran a los camiones como si los
radiografiaran”.
Dos en un camión
La agencia EFE colgó ayer un teletipo, que no ha sido
confirmado a EL PUEBLO por la Guardia Civil, sobre la
detección de dos subsaharianos en los bajos de un camión en
la jornada del martes.
El trabajo policial es constante. Los controles de la
Guardia Civil y del Cuerpo Nacional de Policía son
evidentes, y los de la Policía Portuaria también, pero el
comentario de los que se lo curran sobre el terreno es
siempre el mismo “son más, esto es grande y sólo podemos
asustarles dejándonos ver para que corran hacia otro lado”.
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Protección para el puerto con medidas
razonablemente válidas y definitivas
Si el Puerto de Ceuta es la zona
que debe desarrollar una expansión capaz de arrastrar por sí
misma a la ciudad en general, la permanente presencia muy
numerosa de inmigrantes en los alrededores de los muelles,
dificulta enormemente esta labor. Si la decisión política es
la de que el Puerto avance para recuperar terreno en el
espacio económico del Estrecho, no debe permitirse la
inseguridad que para el normal desarrollo de las operaciones
portuaria supone el que decenas y centenares de individuos
en circunstancias de ilegalidad merodeen por la zona. Al pan
pan, y al vino vino. El tráfico de mercantes, los camiones
de distribución y la labor general del puerto debe
realizarse con garantías y seguridad, lo que añadido a la
calida de la prestación de servicios, se convierte en el
mejor escaparate para el fomento y desarrollo de estos
nichos de negocio que dinamizan la actividad portuaria y,
por ende, la de la ciudad. La permanente imagen de
inmigración casi colgada a los barrotes de los límites
portuarios no beneficia a este desarrollo y, además, provoca
una labor policial que, por baldía, causa impotencia entre
los agentes encargados de jugar a las carreras.
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