El planeta necesita una cultura
preventiva. Es de agradecer que Naciones Unidas propicie
este cultivo cada cinco años, desde 1955, en distintas
partes del mundo y en torno a una amplia variedad de temas.
Así, del 12 al 19 de abril, con el patrocinio del Gobierno
de Brasil, tiene lugar el 12º Congreso en Salvador de Bahía,
bajo el sugerente tema de las “Estrategias amplias ante
problemas globales: los sistemas de prevención del delito y
justicia penal y su desarrollo en un mundo en evolución”. Es
tan justo como preciso estar en guardia, observar los muchos
conflictos que asolan el mundo, y ver la manera de
promocionar el estado de derecho en el planeta. El mundo
necesita menos armas y más almas, ciudadanos libres y
personas de paz, capaces de luchar por la justicia. En este
sentido, hay que celebrar que Rusia y Estados Unidos hayan
firmado recientemente un nuevo Tratado de Reducción de Armas
Estratégicas. El acuerdo, conocido por sus siglas en inglés
START, fue firmado en Praga, la capital checa, y establece
el compromiso de que ambas naciones reduzcan en un tercio
sus respectivos arsenales nucleares.
Las armas tienen que dejar de hablar y enmudecerse, si
realmente queremos activar una cultura preventiva que nos
encamine a la paz. La justicia se defiende con la razón. Los
artilugios armamentísticos para lo único que sirven son para
matarse pobres contra pobres, para que haya niños soldados o
para imponer poderes corruptos en países con democracia
frágil. Por desgracia, el desarme es todavía una pedagogía
educativa a la que el mundo le da la espalda.
Quizás, en parte, debido al gran negocio que genera este
tipo de industrias. A veces, paradójicamente, la educación,
el alimento, el agua, la asistencia sanitaria, son más
inaccesibles que las armas. Por ello, está muy bien que se
celebren este tipo de congresos, a mi juicio de importancia
esencial, dado que la globalización de muchos problemas
presentes, ha transformado en prioridad urgente la
colaboración internacional. Hoy sabemos por experiencia que
a nada conduce la división entre naciones, el rearme sin
límites y el uso incontrolado de artefactos; si acaso, a la
violación de los derechos fundamentales de las personas y de
los pueblos.
No le demos al mundo armas contra nadie, porque las
utilizará más pronto que tarde, proporcionemos sabiduría,
que es la serenidad inquebrantable. Sin duda, la mejor
manera de injertar cultura preventiva contra la expansión de
la delincuencia. Desde luego, hay que empeñarse en desterrar
del planeta la violencia, el narcotráfico, las desigualdades
y la pobreza, que son campo abonado para delinquir. Ya en
aquel primer congreso de las Naciones Unidas, celebrado en
1955, se formularon ciertas recomendaciones sobre la
prevención de la delincuencia de menores por medio de la
comunidad, la familia, las escuelas, los servicios sociales,
así como la selección y formación del personal de prisiones.
A mi juicio, aún estamos bastante lejos de haber hecho todo
lo posible, desde los diversos ámbitos sociales y vínculos
familiares, para prevenir la delincuencia y reprimirla
eficazmente, de modo que no siga perjudicando al planeta. De
igual modo, a quien delinque hay que tenderle la mano y
convencerle de la confusión de su camino, mediante programas
de rehabilitación.
La prisión como castigo es tan antigua como la historia
humana. En muchos países las cárceles están superpobladas lo
que dificulta la reinserción y el trato humano, en otras sus
condiciones de vida son muy precarias, por no decir
indignas. Por otra parte, encarcelar a jóvenes adolescentes,
en lugar de buscar alternativas, los marca de por vida como
delincuentes. Meter entre rejas a un chaval, que a lo mejor
roba para sobrevivir o para conseguir dinero para su
adicción, no me parece en absoluto rehabilitador el hecho.
Debiera apartarse del sistema de justicia penal a los
muchachos que han cometido delitos de poca importancia; y,
en suma, creo que la cárcel no debiera cobijar a ninguno,
habría que mantenerlos separados de los adultos. Asimismo,
pienso que deberíamos atajar, de una vez por todas, el
aluvión de torturas que sufren muchas personas en el
planeta, con penas crueles inhumanas o degradantes, y
considerar las circunstancias con más justicia, desde la
observancia del derecho. Por lo tanto, estimo vital promover
el estado de derecho, cueste lo que cueste en todo el mundo,
cuyos valores están llamados a expresarse mediante el
establecimiento de una justicia penal que ha de considerar
como intocable la dignidad de todo ser humano.
En cualquier caso, la creación de una cultura de prevención
en un mundo globalizado y convulso, es un proceso que
requiere del esfuerzo de todas las naciones e instituciones
internacionales. Nuestra manera de pensar aún dista mucho de
ser pacifista y pacificadora.
La prevención tendrá más éxito si apenas se le oye, pero se
enraíza desde edades tempranas con proyectos educativos
ejemplares y ejemplarizadores. A veces, la responsabilidad
de que el adolescente sea un inadaptado, es más colectiva
que individual. Y esto hay que considerarlo. Está visto que
la miseria, la falta de referentes, la educación deficiente,
la malnutrición, el analfabetismo, el desempleo, la
ociosidad,…; son factores que avivan la marginalidad y las
conductas antisociales. En la mayoría de los casos, la
delincuencia juvenil comienza con delitos menores,
generalmente hurtos y conductas violentas, cuya causa se
puede conocer y corregir, ya sea desde el medio familiar o
en instituciones. Pues manos a la obra, que no hay obra sin
esfuerzo y ternura, en un mundo con demasiados muros que no
dejan ver el horizonte de la honestidad.
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