El jueves pasado, después de haber
estado en el Debate del Estado de la Ciudad, tan manoseado
ya, me refugié en mi casa. Lo que me gustaría hacer cada
semana, pero me es imposible. De manera que hoy lunes,
cuando escribo, y durante mi paseo por el centro de la
ciudad, varias personas me hablan de la sorpresa que les
causó mi opinión acerca de la actuación de Mohamed Alí
en el reseñado debate.
Sí, ya sé que no se esperaban mis lectores que destacara la
evolución oratoria experimentada por el líder de la UDCE;
tal vez convencidos de que yo la tenía tomada con él. Craso
error. Porque hace ya mucho tiempo que mis fobias han sido
presas fáciles de los valores demostrados por quienes no
pudieran ser santos de mi devoción. Y MA no iba a ser la
excepción.
Aunque nunca me ha caído mal MA. Entre otras razones porque
tampoco había motivos para que sucediera. Aunque mentiría si
no dijera que sus veleidades políticas, tan sonadas e
insistentes, fueron menguando la personalidad que uno le
suponía. Y es bien sabido lo que ello significa: una pérdida
de confianza en el personaje. La que cuesta trabajo volver a
recuperar. Máxime cuando éste, amén de dar pruebas de ser
inconstante y mudable, decidió pactar con una formación
dirigida por Juan Luis Aróstegui: individuo que
cuenta con el rechazo casi generalizado de los ceutíes.
Ahora bien, a pesar de lo dicho, mantengo que la actuación
de MA en el Debate del Estado de la Ciudad fue un soplo de
aire fresco. Y su discurso resultó tan oportuno como
necesario para que el presidente de la Ciudad haya pensado
en la conveniencia de mantenerse alerta. Y, sobre todo, para
que mire a su alrededor y se percate de una vez por todas
del valor de quienes le rodean.
No vaya a ser que los haya dispuestos a juntarle chinitas
con los pies. O sea, prepararle disimuladamente una
traición. Con el fin de ponerle en cualquier momento a los
pies de los caballos. Que es lo que murmura la gente en la
calle después de haber visto un programa televisado donde
una señora se despacha a gusto contra el gobierno en
relación con el caso Gordillo.
A medida que se van acercando las fechas de las elecciones,
hay políticos que se mueven en todos los sentidos para no
quedarse fuera de la lista de candidatos a diputados. Son
los que están invadidos por la desconfianza. Los que viven
temerosos de la posibilidad de quedarse sin el disfrute de
unos cargos de mucho provecho y poco trabajo. Y no dudan en
dar pasos que no son los apropiados ni para el gobierno ni
para el partido ni, por supuesto, para el presidente que
está confiando en ellos.
Y, dado que es bueno avisar, no dudamos en hacerlo. Y bien
que nos gustaría, además, completar el aviso con los nombres
y apellidos de las personas que estarían dispuestas a
cualquier mala acción con tal de continuar yendo tan a gusto
en el machito de la comodidad.
Una actitud dañina y que bien le convendría al presidente de
la Ciudad cortar de raíz. No vaya a ser que a las mejoras
oratorias de Alí haya que sumarles las traiciones
domésticas.
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