Estamos viendo que los jóvenes se casan cada vez con mayor
edad. Los informes sociológicos nos dicen que tanto ellos
como ellas andan cercanos a la treintena. Además se está
retrasando paulatinamente la edad de concebir el primer
hijo, lo que aproxima la paternidad a los treinta y cinco.
Es encomiable ver la seriedad con que afrontan ambos esta
importante etapa de su vida, preparándose intelectual,
física y psicológicamente para ello durante la gestación. Es
también de admirar la participación del varón en esta
actividad, reservada antes a las mujeres, con la asistencia
a las clases prenatales, presencia física en el parto y
colaboración en las tareas del bebé. Lógicamente quieren
poner en práctica, y vivir intensamente estos aprendizajes.
Lo que ya no es tan fácilmente explicable, es el afán de
prescindir de la experiencia de los mayores en lo que
concierne al embarazo, parto y crianza de los primeros
tiempos del niño, con el argumento de que los abuelos están
anticuados y que por tanto hay que tomar distancias, marcar
territorios, para evitar cualquier intromisión que por
tradición se va a producir inexorablemente. Las abuelas no
saben dar el pecho aunque hayan amamantado ocho hijos, no
saben cambiar pañales aunque los de ahora sean mucho más
fáciles, ni lo que hay que hacer cuando un niño llora.
A esta mentalidad contribuyen de manera decisiva los
numerosos libros, páginas de Internet, y multitud de
documentación que hoy se edita sobre el tema, reforzado más
tarde por los monitores de los cursos de preparación al
parto y matronas. Son los llamados “padres de libro”.
Sé de algún caso, que estas actitudes han estado a punto de
causar un accidente grave para el niño, finalmente
solventado por las abuelas; pero lo más sorprendente que he
conocido, me lo contaban unos amigos: Su hija, al comprobar
que había roto aguas, se levantó de la cama, se fue al
ordenador y abrió Internet para consultar que debía hacer.
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