Creo haber asistido dos veces al
Debate del Estado de la Ciudad. Del primero recordaba
solamente el valor que le eché, en su día, permaneciendo más
de cuatro horas sentado en el salón donde se celebran los
plenos. De aquel entonces, de cuya fecha créanme que llevo
mucho tiempo sin acordarme, surgió mi deseo de no asistir
más a esta clase de debate.
Y fue porque a medida que me iba aburriendo era mayor el
número de abrideros de boca que a su vez ponían en peligro
mi saludable mandíbula. Pues no es la primera vez que se
fractura esta pieza ósea por bostezos sin solución de
continuidad.
Al segundo Debate del Estado de la Ciudad acudí el jueves
pasado. Y debo decir, antes de continuar, que me presenté en
el escenario dispuesto a soportar otras cuatro horas tan
interminables como soporíferas y, desde luego, con el temor
a dormirme más y mejor que lo hubiera hecho mi estimado
Jaime Wahnon. Mas no fue así.
Por lo tanto, me veo obligado a referir los motivos por los
que pude soportar tanto tiempo con los ojos bien abiertos y
sin mostrar el menor atisbo de dar una cabezada que me
hubiera puesto en peores condiciones que Berlusconi
en el palco de un estadio de fútbol cuando acudió como
invitado.
Uno de ellos, el principal, fue comprobar lo mucho que ha
progresado Mohamed Alí como orador. Se le nota
muchísimo que ha fortalecido su personalidad para pasar del
miedo al placer de hablar bien en público. Lo cual, sin
duda, se debe a que ha sido capaz de reforzar su
personalidad. Dejando a un lado complejos absurdos y
sintiéndose importante. Lo que no debe confundirse con
soberbia. Dado que esa forma de concebirse, es decir, la de
quererse uno más, ayuda enormemente a no caer en la excesiva
vanidad.
Pero el cambio que se ha operado en el líder de la UDCE se
debe, sin duda, a que ha sabido prepararse a conciencia para
hablar en público y captar la atención de quienes le oyen
cada vez con más atención. Sería absurdo creer que su
progreso se ha producido por arte de birlibirloque. De
ningún modo. Sus mejoras en el arte de orar, argumentado con
conocimiento de causa, son debidas a que se trabaja el
discurso. Que es la mejor manera de no sentir miedo a las
críticas ni al fracaso.
Mohamed Alí, además, ha aprendido que la argumentación no
está reñida con el sentido del humor, pero sí con la pérdida
del sentido de la medida. Porque hay ocasiones en que no es
apropiado hablar en bromas. Pues hay bromas y bromas...
Ante esta mejora evidente de Mohamed Alí, en su faceta
dialéctica, Juan Vivas, siempre alerta, se ha
percatado de que debe estar más alerta que en épocas
pasadas. Por más que él, como funcionario destacado que es,
juegue con la ventaja de hablar siempre de temas que domina
a la perfección. Que otra cosa sería si se tratara de
argumentar jurídicamente.
Tampoco conviene echar en saco roto la evolución
experimentada por Yolanda Bel cuando habla en
público. Su mejora es tan palpable como debida a que se lo
ha trabajado duramente. Ahora bien, tal y como le decía yo a
vuelapluma en ese escrito del viernes, titulado Apuntes del
Debate sobre el Estado de la Ciudad, haría bien en no marear
tanto la perdiz. En suma: que no me aburrí asistiendo a mi
segundo Debate del Estado de la Ciudad.
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