Leibniz venía a
decir que todo sucede por alguna razón, que "nada ocurre sin
causa". Esto implica que si uno pretende ejercer un cierto
control sobre lo que ocurre, tiene que comprender las
razones ocultas que lo causan. Una reflexión que me lleva a
pensar en el arquetipo del matón de barrio que termina
considerándose a sí mismo como el héroe de su entorno.
- "O haces lo que yo te digo o
tendrás que sufrir las consecuencias"
Esta es la lógica simple y
aplastante con la que actúa cualquier matón de barrio en
cualquier tiempo, lugar y contexto. Y si acaso a la víctima
le importa una higa las consecuencias anunciadas, entonces
el matón deriva en otra estrategia: la víctima es
estigmatizada como cobarde y acusada de no actuar como debe
por miedo a sufrir las mismas consecuencias anunciadas por
el matón, pero ejecutadas por un tercero como respuesta a su
inutilidad. De esta forma el taimado, que incluso tiene la
osadía de erigirse en defensor de la ciudadanía, pretende
conseguir su perverso efecto: un hombre asustado convertido
en un hombre inseguro; un ciudadano controlado que renuncie
a ejercer como tal y se doblegue ante el matón.
"El país del miedo" es una
excelente e inquietante novela de Isaac Rosa que indaga en
el origen del miedo tanto en su dimensión individual como
colectiva, descubriendo cómo se construyen y propagan los
temores, y el peso que las opiniones amenazadoras tienen en
la extensión de un miedo que acaba siendo una forma de
dominación y que deriva en la aceptación de formas de
protección abusivas y en respuestas defensivas de
retraimiento que finalmente acaban en una sensación de mayor
vulnerabilidad. Luchar contra ello es un todo un ejercicio
de ciudadanía.
Siempre hay un país del miedo y su
correspondiente matón de barrio. Un matón cuya cólera no
conviene excitar. No íbamos a ser menos. Y es frecuente que
nuestro matón confunda privilegios con derechos, objetividad
con subjetividad, deseo con voluntad, lo que se quiere con
lo que se necesita, el precio con el valor, la realidad con
la apariencia y la uniformidad con la igualdad.
Todos somos capaces de imaginar
una mejor situación para uno mismo. No se trata de un mérito
de nuestro héroe matón. Lo que puede tener de destructivo,
en cualquier caso, es que ese imaginario sea utilizado para
fabricar argumentos que nos condene a vivir eternamente
pendientes de nuestros deseos. Algunos llaman a este
mecanismo "una ambición saludable"; en otros se puede
considerar como "una estupidez infinita".
Albert Camus nos enseñó que lo
terrible del castigo a Sísifo no radica especialmente en que
es eterno, ni en el tremendo esfuerzo que le exige subir
cada vez la roca a la cima de la montaña, ni en la
arbitrariedad y lo absurdo de la tarea, sino en la
conciencia de lo inútil de su esfuerzo. Es esta conciencia
la que lo lleva a la desesperación y a la locura. Una
locura, la de nuestro matón de barrio, que no consiste
simplemente en hacer cosas alocadas, sino en hacer siempre
lo mismo y esperar un resultado diferente.
Nuestro héroe vive siempre en
permanente estrés y es sabido que uno de los factores que
más ayuda a aliviar la carga del estrés, tanto para los
humanos como para el resto de los animales, es hacer
infelices a los demás, dirigiendo la agresividad hacia otras
personas. De esta forma, nuestro héroe evita desarrollar
úlceras a costa de tratar de provocárselas a los demás.
Finalmente, cuando uno es capaz de
entender que lo único que tiene valor es aquello que nadie
puede quitarte, las razones ocultas de nuestro héroe-matón
se desvelan de manera diáfana: acostumbrado a subirse a un
taburete para alcanzar la caja de galletas, lo peor que le
puede pasar es que le quiten el taburete ya que entonces no
es que no pueda coger galletas, es que ni siquiera está
seguro de donde se encuentra la caja. Y eso genera
inseguridad, y la inseguridad genera miedos, y los miedos le
hacen desvariar hasta llegar a pensar que es el rey del
mambo y que tiene que estar de forma permanentemente
bailando en la pista.
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