La última vez que me crucé con militares rusos por la calle
fue hace casi 20 años y el encuentro tuvo lugar en el propio
Moscú. El Muro de Berlín acababa de caer (1989) y me
enviaron a cubrir las primeras elecciones democráticas que
iban a tener los rusos en su historia y tras casi un siglo
como ciudadanos camaradas de la URSS (1917-1991), por lo que
tuve el privilegio de ser uno de los últimos periodistas que
visitaron aquel elefantiásico conglomerado de “países”
socialistas soviéticos.
Durante mi estancia la capital de aquella superpotencia en
lo nuclear, que no en lo social, pude comprobar cómo mis
interlocutores despreciaban mayoritariamente aquel sistema
político que además de corrupto en sus clases dirigentes
había sido incapaz de establecer una economía real que
dejase de ser teórica para poner en práctica el estado
social que propugnaba; un sistema económico paranoico que,
entre otras cosas, había dejado sobre los campos rusos miles
de tractores inutilizables por falta de repuestos al ser
estos una producción menor que no se valoraba con suficiente
mérito para las medallas productivas o que obligaba a
sembrar en los campos nevados porque así lo decía el plan
quinquenal dentro de sus estándares de obligado
cumplimiento.
En aquel año de 1991 la simbología comunista ya quedaba
relegada a los viejos miembros del ‘aparatik’, mientras el
pueblo moscovita que yo veía salía a la calle en demanda de
libertad y a la búsqueda de nuevas referencias que le
llegaban desde occidente con nuevos símbolos. A nadie se le
hubiera ocurrido en el corazón de aquel Moscú haber puesto
un viejo coche Travant o Skoda en circulación con altavoces
por los que sonase ‘La Internacional’, por poner un ejemplo.
Acudí a muchas manifestaciones que se aglutinaban en torno a
nuevos movimientos políticos y también a nuevos periódicos
que arrinconaron enseguida al diario oficial ‘Pravda’
(Verdad). De todo aquello recuerdo especialmente una
reflexión entre viejos militantes comunistas en un piso de
la cosmopolita calle Arbat: “Si nosotros ganamos la guerra
(2ª GM) y los alemanes la perdieron, ¿por qué los alemanes
viven mejor que nosotros?”. Sólo pude responder con mi
silencio en esas circunstancias.
Los hijos de algunas de aquellas personas que me expresaron
aquel deseo resumido en poder vivir “como los alemanes” bien
podrían haber venido como militares rusos en el barco que ha
atracado en Ceuta. Aquellos que despreciaban a la corrupta
cúpula sindical y política compuesta en muchos casos por
funcionarios del engaño hubieran saltado sobre sus pancartas
de libertad si alguien les hubiera puesto ‘La Internacional’
como respuesta a su gritos de cambio político y económico.
Aquella gente había crecido con el sueño impuesto de que
algún día “la encallecida mano del obrero apretaría el
almidonado cuello del burgués” para que la plusvalía del
capital fuera al pueblo y el pueblo fuera libre. Tuvieron
que pasar casi 70 años desde 1917 para que descubrieran el
engaño de los corruptos sindicalistas y dirigentes del
Partido. Aquellos que arrebataron las banderas y la letra de
la canción más revolucionaria por la que muchas personas
dejaron su vida se enriquecieron sodomizando al pueblo a
través de sus escritos panfletarios en el ‘Pravda’ de turno
o sencillamente mandándoles el KGB, o la STASI a su casa al
amanecer o, también, reprimiendo la libertad con la
terrorífica OMOM o Policía Popular.
Los militares rusos tuvieron ocasión de ver la manifestación
que recorre el centro de Ceuta desde hace dos meses. No le
prestaron mucha atención más allá de tomar unas fotos entre
tienda y tienda, a pesar de que a la manifestación no le
faltaba ni el color rojo de sus banderas ni ‘La
Internacional’. Quizás porque las tiendas ceutíes les
acercaron más a aquel sueño de ser “como los alemanes”,
mientras la manifestación roja les traía el pasado de la
mano de una hipotética Ceutalingrado.
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