Me aventaja en diez años, luego ya
ha cumplido los ochenta, pero sigue interesándose por todo y
manteniendo una actitud entusiasmada en cuanto hace o dice.
Me comenta a cada paso que hace ya un tiempo que consiguió
perderle el miedo a la muerte y que, desde entonces, se
siente más libre.
Gusta de opinar de casi todo. Y lo reconoce sin ningún
pudor. Aunque inmediatamente trata de poner las cosas en su
sitio, explicándose así:
-En la sociedad democrática, las opiniones de cada cual no
son fortalezas o castillos donde encerrarse como forma de
autoafirmación personal: tener una opinión no es tener una
propiedad que nadie tiene derecho a arrebatarnos. Ofrecemos
nuestra opinión a los demás para que la debatan y en su caso
la acepten o la refuten, no simplemente para que sepan dónde
estamos y quiénes somos. Y desde luego no todas las
opiniones son igualmente válidas: valen más las que tienen
mejores argumentos a su favor y las que mejor resistan la
prueba del fuego del debate con las objeciones que se les
plantean.
-Se le nota que ha leído usted a Fernando Savater -le
digo.
-Pues sí...
-Hablemos de la corrupción, si le parece...
-Mire usted, De la Torre, los españoles nunca hemos
tenido sentido de la equidad. Parece que todavía estamos
viviendo en un sistema tribal, que hace que para nosotros
sea un deber moral favorecer a los amigos a expensas del
Estado y penalizar a nuestros adversarios. Esta es la
primera ley de este país, y así nos ha ido siempre.
-Permítame que cuele en la conversación un refrán chino, que
puede venir bien: “Quien roba una moneda se ve condenado, y
quien roba al Estado es coronado”.
-Viene como anillo al dedo. Porque en España, a partir de
que tuve uso de razón, vi durante muchos años cómo los
poderosos se repartían la caja de los dineros públicos y
eran ensalzados, mientras los pobres, por el simple hecho de
rebuscar almendras en el campo, recibían las palizas
correspondientes en sótanos de terror.
-Los tiempos han cambiado...
-Sí; pero los hombres nunca han dejado de estar dispuestos a
corromperse. Por ejemplo: yo he estado viajando a Madrid,
por necesidades que no vienen al caso airearlas, hasta hace
pocos años, y tuve la oportunidad de conocer la vida que
hacían diputados y senadores, llegados desde todos los
puntos de la Península. Una vida por encima de sus
posibilidades. No todos, claro. Aunque conviene decir que
muchísimos de los parlamentarios frecuentaban sitios que
nunca antes habían tenido la oportunidad de disfrutarlos. Y
esos dineros que se dejaban en locales destinados al efecto,
les ponían en condiciones de ceder a las tentaciones que les
salían al paso. Y para qué hablar de los cargos en
provincias.
-Me veo obligado a decirle que está usted juzgando
severamente a los políticos.
-Está usted en su perfecto derecho. Pero no olvide lo que
decía Adolfo Suárez: “Los políticos tienen que vivir
entre la mierda, pero no confundirse con ella”. Pues bien,
muchos son, desgraciadamente, los que terminan apestando...
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