Bobo. En la primera acepción de un
diccionario editado el 30 de abril de 1999, reza así:
Persona tonta (de poca inteligencia, retrasada mental,
ingenua o estupefacta). Bobo. Llámase así, en la primera
acepción del María Moliner, diccionario editado en
2004, a la persona que dice o hace cosas que denotan falta
de inteligencia, de listeza o de discreción; se emplea mucho
como insulto y, muy frecuentemente, en broma o sin intención
ofensiva.
Se impone, pues, preguntarle a José Diego Pastelero,
entrenador de la Asociación Deportiva Ceuta, si estaba de
veras o bromeando cuando tachó a sus futbolistas de bobos
varias veces, recién finalizado el partido contra el Sevilla
Atlético. Una pregunta urgente que debe tener una respuesta
inmediata. Ya que llamarles bobos a los jugadores entrenados
por él, con tanta insistencia, no es calificativo baladí.
Bobo y tonto de baba, como le dijo Luis Aragonés un
día a Julio Salinas, son insultos muchos más graves
que cualquier agresión verbal de las que echamos manos los
españoles cuando perdemos los nervios. Y, sin embargo,
suscitan menos ofensas en quienes las reciben. Y sigo
preguntándome el porqué.
Uno entiende, porque ha sido cocinero antes que fraile, que
Pastelero llegara a la sala de prensa del Sevilla sudando
ira por todos los poros de su cuerpo juncal. Pero goles como
los de Rodri ponen a prueba el temple de los
entrenadores. Me gustaría saber si el entrenador del Jaén,
hace tres semanas, calificó de bobos a sus jugadores cuando
los ceutíes marcaron el gol del empate en el Nuevo Estadio
de la Victoria, en el último segundo de la recuperación de
tiempo perdido. Y hasta me atrevería asegurar que lo dicho
entonces por el entrenador ceutí, vino a ser algo así:
-Mi equipo ha merecido el empate porque ha luchado hasta el
final...
Lo primero que debió hacer JDP, nada más acabar el partido,
es gritar como un loco, o pegarse cabezazos contra la pared,
para desahogarse. A fin de poder acceder a la conferencia de
prensa en las mejores condiciones posibles para no
disparatar. Lo cual no es fácil. Créanme que no lo es. Pero
es absolutamente necesario; sobre todo si uno es propenso a
perder los papeles diciendo, reiteradamente, que sus
jugadores son unos bobos, debido a que llevan ya cuatro
partidos dejándose empatar en los últimos minutos.
Pastelero, y con razón, habla de lo que se debe hacer en
momentos en los cuales el partido está dando las boqueadas.
Se echa el balón fuera por el sitio más lejos; se simulan
caídas y se retiene el balón en sitios muy alejados de la
portería propia, etcétera. En suma, se trata de evitar una
última jugada que le conceda al contrario la oportunidad de
conseguir el gol postrimero.
Aun así, porque el fútbol tiene cosas que la razón no
entiende, puede ocurrir que el contrario obtenga ese gol y
nos ponga tan iracundo, tan fuera de sí, como estaba el
entrenador ceutí. Pero nunca semejante estado puede ser
motivo para tildar de bobos, con lo que significa el
adjetivo, a todos los futbolistas.
Aunque hay una atenuante para el comportamiento de
Pastelero: que se diera cuenta de que empezó a celebrar la
victoria antes de tiempo y se le olvidó hacer el tercer
cambio para parar el partido. Y, claro, cuando uno comete
ese desliz cuatro veces lo más fácil es proyectar en los
demás la cara de bobo que se le queda.
|