En primer lugar, aprovecho mi
colaboración de hoy para expresar mi más sincero
agradecimiento hacia quienes desinteresadamente se han
preocupado por los motivos que me han imposibilitado en las
últimas semanas compartir mis reflexiones con los lectores
de este diario. Agradecimiento que hago extensible a los
doctores Villegas y Miralles así como, al personal de
enfermería del Centro de Salud del Recinto y de la Unidad de
Cardiología del Hospital Universitario de Ceuta, quienes han
evidenciado en todo momento un altísimo grado de
profesionalidad y sensibilidad.
Una vez dicho esto, es momento de exteriorizar los
sentimientos que me han embargado durante estas semanas,
todos ellos alrededor de un término muy utilizado en la
sociedad actual, un vocablo al que algunos pueden definir
como la obligación contraída por medio de un acuerdo,
promesa o contrato y otros, que lo entendemos como la
reciprocidad en las actuaciones que deberían existir entre
dos o más personas leales en la defensa de un proyecto
común. La historia esta repleta de personajes que
compartieron durante años ideologías, creencias,
pensamientos, proyectos e incluso vidas en común,
dilapidadas apresuradamente precisamente, por carecer de la
mencionada reciprocidad ya sea, por intereses eminentemente
particulares alejados del interés común o por la
obstaculización de una tercera persona cuyos alicientes se
podrían encontrar totalmente alejados de quienes adquirieron
el compromiso inicial.
Valorar por tanto, el grado de cumplimiento de los
compromisos adquiridos con la intención de decidir en
relación a la conveniencia de su mantenimiento o su
finalización, es tan solo cuestión de iniciar una profunda
reflexión en la que deberíamos analizar diferentes
cuestiones fundamentales; nivel de cumplimiento de los
compromisos adquiridos por ambas partes, confianza en el
proyecto compartido y grado de lealtad de quienes hayan
podido interferir en dicha relación. Por tanto, al ser una
cuestión entre dos o mas personas sería totalmente necesaria
una puesta en común al objeto de argumentar la futura
decisión en cualquiera de sus posibles resoluciones, siempre
atendiendo a todas las partes implicadas ya que, la lealtad
incondicional es una cualidad difícil de encontrar en estos
tiempos.
No obstante, también es posible decidir la ruptura
unilateral del compromiso adquirido, escuchando tan solo una
de las partes causante del conflicto, circunstancia que sin
ninguna duda, podría afectar perniciosamente a la parte
indefensa al no ser escuchada provocando, con total
seguridad, su malestar e indisposición. Por tanto,
deberíamos valorar en principio las consecuencias de tan
lamentable decisión ya que, la responsabilidad de las
distintas soluciones que pudieran adoptar sus protagonistas
desde ese mismo instante correspondería exclusivamente a
quien adopta esta injusta decisión en la que no se ha
atendido a las argumentaciones de todas las partes
implicadas en el desacuerdo.
En definitiva, las relaciones humanas están repletas de
momentos en los que de alguna manera se contradicen nuestros
sentimientos sin justificación aparente; hermandad y
enemistad, alegrías y tristezas, cordialidad y hosquedad,
franqueza e hipocresías, todas ellas escenificadas en el
devenir cotidiano cuando, lo más sencillo sería actuar con
honestidad respaldando a quien ha demostrado durante años el
cumplimiento minucioso del compromiso adquirido. Por tanto,
posiciones sociales, laborales, económicas o políticas no
deberían primar en la toma de determinadas decisiones
porque, lo importante es el valor moral y el compromiso de
las personas. No obstante, de la misma forma que la
confianza existente entre dos o más personas propicia el
nacimiento de un compromiso leal entre las mismas, la
desconfianza argumentada en la deslealtad mencionada genera
todo lo contrario. No obstante, nunca es tarde cuando los
sentimientos existentes son puros y leales.
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